Domingo, 28 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6251.
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 CULTURA
TEATRO / '¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?'
Gran montaje para un texto grande
JAVIER VILLAN

'¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?'

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Autor: Alfonso Sastre. / Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente./ Intérpretes: Chete Lera, Zutoia Alarcia y Camilo Rodríguez./ Escenografía: David F. Loayza./ Vestuario: Javier Artiñano./ Iluminación: Satori./ Escenario: Teatro Adólfo Marsillach. San Sebastián de los Reyes. / Fecha: 27 de enero.

Calificación: ****

MADRID.- Cuando Alfonso Sastre acabó de escribir ¿Dónde estás Ulalume, dónde estás?, harto de no ser representado, pegó un portazo y declaró: «Ahí te quedas teatro español y que te zurzan». Es decir, pronunció un abrupto never ever, nunca más, como el sombrío cuervo del poema de Edgar Allan Poe. Por fortuna, ese never ever no fue eterno y vino luego la tetralogía de Los crímenes extraños.

Algo debió de ver en las lúgubres resonancias del poema de Poe a la amada perdida para decir, tiempo más tarde, que le gustaría ser recordado como el autor de ¿Dónde estás Ulalume, dónde estás? Y si algo tiene claro Alfonso Sastre es que un texto de teatro ha de ser, antes que nada, un lenguaje específico y una obra de arte. En su código ético y estético, la autonomía del arte está por encima de la mostrenca coyunturalidad política y de las consignas partidarias.

Razón le sobra a Sastre para preferir esta obra suya a muchísimas otras. Y tras este montaje de Pérez de la Fuente, más. El director madrileño ha sacado a flote una poética del malditismo y, en una épica ceremonial del desastre que está justo en el meollo de Ulalume. Dónde estás Ulalume, fija los últimos días de un Edgar Allan Poe errático por las calles de Baltimore, camino de una estación y un tren que nunca alcanzará. En ese laberinto de la conciencia, en esa encrucijada de trenes que se escapan y tabernas que se abren a la avidez de un alcohólico, transcurre una de las tragedias más puras y, a la vez, más complejas de Alfonso Sastre.

Pura, porque la fatalidad de un vaso de ginebra o de una botella de vino acecha por encima de la patética desventura de la voluntad; compleja, porque al protagonista le adornan, por encima de su genio para el horror y la poesía, irrisorias virtudes, rasgos grotescos que nada pueden contra el destino solitario; la sed del dipsómano y la efímera capacidad reconstituyente del alcohol, que es como una maldición inapelable.

E inapelable fue el triunfo de ayer en San Sebastián de los Reyes gracias a la conjunción de varios elementos. Primero un texto; después tres intérpretes en estado de gracia (Chete Lera, Zutoia Alarcia y Camilo Rodríguez); y luego un espacio escénico laberíntico, frío en apariencia y acotado por columnas metálicas, entre las que deambulan los fantasmas, las miserias y el delirium tremens de un Poe en escombros. En el centro, una mesa giratoria que es la mesa de los prodigios y del arte escénico, que vale para todo: taberna, tanatorio, cementerio, estación... Ese espacio lo pueblan las alucinaciones de Poe y de un director visionario en estrecha comunión con el personaje y con el texto. Comunión o misa negra, parece una de las libaciones de Poe en la taberna El ciprés rojo.

En apenas 15 días, Pérez de la Fuente ha afrontado el estreno de dos obras que, por su factura dramática, parecen más propias de una megaproducción pública que de una modesta empresa privada: El león en invierno y Ulalume... Se crece en el tono épico y se depura, ritualmente, en Ulalume con un humor impregnado de mortal melancolía.

El asombroso uso de la voz de los intérpretes, como fuente de significados está en el texto; pero había que llevarlo a la práctica sin temores. La voz de Chete Lera es fiel reflejo de los terrores de Edi-Poe. Igual que la voz ultrarrápida, a veces, de Zutoia, refleja la disociación en que está inmersa el alma del borracho. A Zutoia Alarcia la vi hace años en otra versión muy distinta de Ulalume y, por lo tanto, no es una sorpresa; aquí tiene que desempeñar papeles antagónicos, en ocasiones cerca de la gran marioneta. Memorable es el monólogo de Muddie en el cementerio. Camilo Rodríguez es un descubrimiento al que habrá que seguir muy de cerca. Encarna varios personajes y todos los hace bien. Chete Lera, acaso en el papel más comprometido de su carrera, demuestra lo infinito de sus posibilidades; siempre da su mejor dimensión en los personajes atormentados, heridos y desguazados por dentro y por fuera. Por ejemplo, Edgar Allan Poe.

Juan Carlos Pérez de la Fuente está llegando a un punto de madurez como director al que muchos maestros tardaron en llegar décadas: suya es la conjunción de palabra, pensamiento y plasticidad ceremonial y carnavalesca. Ha profundizado sin complejos en un texto memorable: los últimos días de un poeta del horror y del terror, alcohólico, enfermo y genial, sumergido en torrentes de láudano y ginebra. En dos días consecutivos dos obras de Sastre han subido a los escenarios: Procopius y Ulalume; ¡larga vida a las dos!

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