Domingo, 28 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6251.
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HELEN THOMAS / Decana de los corresponsales en la Casa Blanca
«Todos los presidentes odian a la prensa, pero Bush más que ninguno»
CARLOS FRESNEDA. Enviado especial

MEMPHIS.- Nueve presidentes han desfilado ante sus ojos, y todos se han distinguido por «el odio hacia la prensa, aunque Bush más que ninguno». Palabra de Helen Thomas, 86 años, decana de los corresponsales en la Casa Blanca y autora de ¿Guardianes de la democracia?, una profunda autocrítica del oficio y un repaso histórico a las manipulaciones del poder.

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La periodista lleva medio siglo al pie del cañón, con su nariz aguileña y su mirada inquisitiva: primero, como corresponsal de la agencia UPI, y ahora como columnista del grupo Hearst. Desde su asiento intrasferible ha visto proclamar unas cuantas guerras, pero en ninguna otra, asegura, se han utilizado el miedo y la mentira con tanta persistencia como en la ofensiva contra Irak. Su desdén hacia George W. Bush -al que ha llegado a llamar «el peor presidente de la Historia»- es público y notorio. Y aunque sigue ocupando ocasionalmente la primera fila, su voz se ha ido apagando en estos años.

Pregunta.- Le hacemos la misma pregunta que usted ha formulado al aire recientemente: ¿Dónde está la prensa?

Respuesta.- La prensa ha estado acobardada. Los periodistas se han sentido intimidados por una Administración y por un presidente que han usado el miedo como arma arrojadiza contra su propia población. Después del 11-S, se aprovecharon de la situación y nos hicieron creer a todos que nada más abrir la puerta nos iba a estallar una bomba o que nada más abrir una carta íbamos a contraer el ántrax... Cuando la gente tiene miedo, se retira. Cuando los periodistas tienen miedo, o les advierten que su presencia ha sido «notada», o les amenazan con tildarles de antipatriotas, naturalmente bajan la guardia y se repliegan. Dejan de hacer preguntas molestas, claudican en su papel de guardianes de la democracia.

P.- ¿Ha sentido la intimidación en su propia carne?

R.- A mí me pusieron en la lista negra el día en que me atreví a preguntar a Bush por qué no respetaba la separación entre Iglesia y Estado. Después de la rueda de prensa recibí una llamada del entonces portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, diciéndome que si mi intención era poner en aprietos al presidente. Desde entonces supe que era persona non grata. Todas mis preguntas, mis columnas y mis opiniones se interpretaron como herejías. Me intimidaron continuamente, pero no podía permitir que nos pararan. Y prácticamente me dejaron sin voz: el presidente, en los preámbulos de la Guerra de Irak, salía con su propia lista de periodistas preseleccionados que le podían preguntar, entre los que, por supuesto, yo no estaba.

P.- ¿Puede interpretarse su libro como una crítica conjunta a los corresponsales de la Casa Blanca por doblegarse ante el Poder?

R.- Yo no he querido personalizar. La autocrítica va dirigida en general a toda la profesión, a todo lo que ha propiciado esa devaluación de los medios en un momento tan crítico para la democracia y para el futuro del país. Hay compañeros en la Casa Blanca que son grandes profesionales y se han portado estupendamente conmigo. Pero me he sentido poco arropada a la hora de hacer preguntas duras no sólo al presidente, sino también a sus jefes de prensa. He echado en falta a gente como Sam Donaldson, de la ABC, que muchas veces defendía mis preguntas. De pronto me di cuenta de que la vieja generación de corresponsales, muchos de ellos reporteros que se habían curtido en la II Guerra Mundial o en la Guerra del Vietnam, se habían quedado atrás.

P.- Usted ha dicho que la Casa Blanca y el Pentágono aprendieron la lección en Vietnam: no permitir que la prensa les mate otra guerra...

R.- Yo no creo que el presidente haya aprendido ninguna lección: está reincidiendo en los mismos errores una y otra vez. Pero la diferencia está en que la gente ahora ha despertado y los resultados de las últimas elecciones así lo confirman. Los estadounidenses se han dado cuenta de que todas las razones que nos han dado para ir a la guerra han sido mentiras... Cuando pierdes totalmente la credibilidad, lo pierdes todo en esta vida. Y eso es lo que le está pasando al presidente. Para ser un líder, tienes que ser creíble. Casi nadie cree ya a Bush. Su nivel de credibilidad está bajo mínimos.

P.- Y su nivel de popularidad es ya el mismo que el de Nixon...

R.- Nixon cayó por lo que todos sabemos, pero aun así tiene la excusa de que la Guerra del Vietnam la recibió en herencia. El caso de Bush, en mi opinión, es mucho más grave, porque él ha mentido para declarar el conflicto contra Irak. Anunciar una guerra preventiva sin una causa real, como ha sucedido, es para mí una de las cosas peores que han ocurrido en la historia de Estados Unidos. Es una guerra no provocada en la que ha sufrido y está sufriendo gente inocente que no nos ha hecho nada. Es algo realmente alarmante.

P.- ¿Hasta qué punto son comparables también Nixon y Bush en su actitud hacia la prensa?

R.- Todos lo presidentes odian a la prensa, aunque posiblemente Bush más que ninguno. Pero no nos engañemos, Bush no ha inventado nada: todos los presidentes han retorcido la realidad y han hecho un manejo más o menos efectivo de las armas a su alcance para manipular los hechos. Esta Administración, en todo caso, ha perfeccionado esas técnicas y las ha llevado a un nivel más sofisticado. Pero el desdén de los presidentes por la prensa es automático. Unos lo disimulan mejor que otros, pero todos nos odian en el fondo.

Se suele contar la anécdota de cuando Franklin D. Roosevelt mandó una vez a un reportero contra una esquina y le hizo ponerse un gorro de burro. Kennedy, que fue el presidente con el que me estrené, manipulaba personalmente todos los detalles: su nivel de ocultación y censura durante el incidente de la Bahía de los Cochinos puso de uñas a la prensa.

Clinton, que tenía una relación aparentemente cordial con los medios, perdió los papeles tras el escándalo Lewinsky... Estamos ahí para vigilar y a nadie le gusta que le pongan a unos guardianes en la puerta. Somos como un dolor en el cuello, porque en eso consiste nuestra profesión: intentar llegar a la verdad. Y se puede alterar la mentira, pero no la verdad.

P.- ¿Qué le recomendaría a un periodista recién llegado?

R.- Le diría: «No te sientas intimidado, pregunta desde el primer día, pon al presidente bajo los reflectores, hazle sentirse incómodo...». Es la única manera en la que puede funcionar la democracia: cuando el presidente, finalmente, tiene que decir la verdad.

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