Domingo, 28 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6251.
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El Líbano: una crisis de consecuencias imprevisibles
Los graves choques en las calles hacen temer que el país se deslice hacia un conflicto de mayores dimensiones
ROSA MENESES

Los violentos enfrentamientos de la pasada semana en el Líbano nos han hecho regresar al pasado, con las peores escenas de confrontación sectaria desde el fin de la guerra civil. La fragilidad en la que se encuentra hoy el país mediterráneo es extrema y cualquier choque puede derivar en una situación límite e imprevisible, porque una guerra civil no se planifica: puede estallar en cualquier momento si las semillas del odio permanecen arraigadas en la sociedad. En el Líbano, las heridas de la guerra civil (1975-1990) aún permanecen abiertas y el sectarismo es el peor mal que sufre su ciudadanía.

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«El escenario hoy es mucho peor que durante la guerra civil. Entonces, eran facciones las que se enfrentaban: musulmanes contra cristianos. Ahora, los enfrentamientos se dan en el seno de las facciones mismas, son intracomunitarios. Los cristianos están divididos y enfrentados; los musulmanes también», apunta un observador libanés.

En dos meses de crisis, la que enfrenta a Gobierno y oposición, Hizbulá ha logrado llevar la confrontación a las áreas cristianas, de forma que se enfrenten entre sí. De esta manera, ha conseguido que la disputa no se circunscriba tan sólo a una cuestión entre los chiíes y el Gobierno central. «La política de la calle ha reemplazado a la política institucional. No se trata de una conspiración contra los demócratas o de una revuelta popular contra un Estado ilegítimo. Es una calle contra otra, un Líbano contra otro. Movilizando a las masas es como este conflicto se está expandiendo: no es así como será resuelto», sentencia el think tank International Crisis Group en su informe El Líbano en una trampa.

Las calles de Beirut revivieron entre el 23 y el 25 de enero el horror de la contienda civil. Barricadas, tiroteos, francotiradores apostados en los tejados, toques de queda y checkpoints en las carreteras del sur en los que se pedía a los transeúntes -como en los viejos tiempos- sus identificaciones para verificar su afiliación religiosa. Murieron cuatro personas y hubo 150 heridos.

Atrapado en el medio, el Ejército libanés. Reflejo del puzzle que es la sociedad libanesa, las Fuerzas Armadas corren el riesgo de volver a desmembrarse si la tensión aumenta, como ya pasó durante la guerra civil. No hay muros de contención en el Estado libanés.

«La situación está muy polarizada y la seguridad es la mayor preocupación: cualquier provocación menor tendrá resultados imprevistos», señala Nadim Shehadi, director del Centro de Estudios Libaneses de la Universidad de Oxford y miembro del think tank londinense Chatham House. Este intelectual libanés, sin embargo, confía en que el apoyo de la comunidad internacional ayude a que el Gobierno se mantenga firme.

Pero lo cierto es que, mientras la comunidad internacional escenificaba su apoyo al Gobierno de Fuad Siniora en la Conferencia París III del 25 de enero, las calles de Beirut ofrecían el espectáculo del horror como respuesta. El Líbano obtenía 5.800 millones de euros en ayudas y préstamos, un volumen sin precedentes para el país de los cedros. Pero esta inyección de dinero no solucionará nada si las partes continúan empeñadas en prolongar su enfrentamiento. Tampoco, si no hay consenso político sobre las reformas económicas que necesita el Estado. Y mucho menos, teniendo en cuenta que la deuda exterior alcanza ya los 41.000 millones de dólares, el 185% del PIB del país. Las instituciones libanesas se encuentran bloqueadas desde la dimisión, a mediados de noviembre, de seis ministros prosirios. Esto hace imposible la puesta en práctica de ninguna medida.

Cuanto más aumenta el sostén internacional al Gobierno libanés, más se incrementan las presiones de la oposición, que argumenta que el Ejecutivo es «prooccidental» y que, por tanto, margina a la comunidad chií. El sur del país, devastado tras la guerra que durante 34 días enfrentó a Hizbulá con Israel el pasado verano, continúa en ruinas. Los esfuerzos de la reconstrucción, aparte de la brigada de militantes de Hizbulá reconvertidos en oficiales de albañilería organizados en el grupo Yihad de la Construcción, van muy ralentizados: el nivel de destrucción ha superado toda capacidad organizativa.

La crisis política (y económica) no viene de ahora. Es estructural. El diálogo nacional entre el bloque antisirio -formado por los que apoyan el Gobierno de Siniora, la Alianza 14 de Marzo, constituida por los suníes de Saad Hariri, los drusos de Walid Yumblat y los maronitas del clan Gemayel y de Samir Geagea- y los prosirios -capitaneados por los partidos chiíes Hizbulá y Amal y apoyados por los cristianos del general Michel Aoun- en el que se trataba entre otros asuntos del desarme de Hizbulá quedó interrumpido por los bombardeos lanzados por Israel.

La guerra no sólo devastó al país, sino que deterioró el difícil equilibrio entre comunidades. Los chiíes, cada vez más numerosos en el Líbano, reclaman también un papel político y económico acorde con su creciente importancia numérica. Ése es el origen de la actual crisis, que evidencia una necesaria reforma del reparto de poder en el Líbano.

Sin embargo, tanto el éxito de la Conferencia de París como la violencia en las calles pueden abrir una ventana para resolver la crisis política. Para Jaled Zaidan, analista financiero del BankMed citado por la agencia France Presse, los graves choques son «una señal clara de que las partes deben retornar a las negociaciones». De entre todos los llamamientos a la calma (fatua de Hasan Nasrala incluida) quizás el más significativo ha sido el del presidente del Parlamento y líder de Amal, Nabih Berri: «Debemos permanecer unidos o hallaremos nuestro país en el cementerio de la Historia».

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