Domingo, 28 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6251.
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 OPINION
EN LA RED
Miedo al miedo
RAFAEL J. ALVAREZ

¿Hay bandas juveniles violentas en su ciudad?

NO

Bueno, sí. Seguramente habrá alguna. Pero yo no he visto ninguna, ni me ha agredido, ni me ha extorsionado para jugar al fútbol, ni me ha mirado mal por ser blanco. Es cierto: que yo no me haya cruzado con ella no quiere decir que no exista. Pero igual muchos de los que pontifican sobre su sombra tampoco. ¿Qué es una banda violenta?, ¿qué sabemos de los códigos de los que son diferentes a nosotros?, ¿qué día hablamos con ellos? ¿cuántos candados llevaban nuestras orejas aquella noche de cultura que nos hicimos los progresistas?

Por supuesto, cuando se pregunta por bandas violentas, pensamos en América Latina, consumimos carne de inmigración. La pregunta se mete en nuestros presentes íntimos con acento sudaca, una sospecha de ecuatoriano con vaqueros gigantescos y gorra calada. Y así vamos tirando, ellos con sus gestos y nosotros con nuestras gestas, las hazañas de la opinión oída por ahí.

Cada vez que alguien que trabaja con los marginados se da una vuelta por el Primer Mundo de nuestras calles, alucina. «No sabéis nada», dice. La violencia es una respuesta a un modelo de sociedad violenta. Incluso las bandas que juran sangre y marcan territorio provienen de la violencia. Nos preguntan por bandas y pensamos en Ñetas, Latin King y alrededores, pero quizá contestamos pensando en pandillas. ¿Bandas o pandillas? No es lo mismo. Reunirse en el parque, beber alcohol, fumar porros y hacer gamberradas no es violencia. Es marca de pandilla, no violencia de banda. Y lo que hay aquí son pandillas. Como las hubo siempre, con deje castizo, andaluz o asturiano. La diferencia es que ahora también las hay en color.

Pese a todo, en Cataluña han legalizado a una banda, los Latin Kings, una suerte de intento integrador, de oído puesto y de permiso para hablar. Pero ya sabemos que en Cataluña son todos unos rojos independentistas con rabo y sin toros. No como el ex Defensor del Menor de Madrid, Núñez Morgades, que imaginó algo parecido hasta que lo frieron a críticas y desprecios.

No temo la violencia de las bandas latinas, no vivimos en el Bronx del cine. Los expertos policiales dicen que, al menos en Madrid, el fenómeno está en retroceso. Y a los restos que queden, que los detengan si cometen delitos. En cambio, sí imagino el desconcierto de un chaval por hacer, venido a este lado del mar con la pobreza emigrante de sus padres y la oferta deslumbrante de su madre... patria. Detrás de las buenas intenciones, de nuestro racismo sin ponerse a prueba aún, se le aparece la calle real, la escuela masificada, la dormidera del capital, el empleo peor, la vida o la pizza, tío.

Pero no hagamos sociología barata, no vaya a ser que alguno me llame demagogo y del disgusto no pueda yo dormir esta noche. Vayamos a los datos. ¿Cuántos detenidos hay en España por pertenecer a bandas violentas en relación a la población joven inmigrante?, ¿qué barrios, además de los que tienen garita con vigilante a la entrada y los poblados del narcotráfico o los guetos, no se pueden pisar?, ¿quiénes son los presos?, ¿de qué está hecha esta extensión del miedo al acné extranjero? Ni siquiera son una banda los que dicen que morirán por Alcorcón para defender su patria. Otra vez la patria. Niñatos y patria.

Hablando de patria, la única banda que a mí me da miedo es la que no está de moda, pero me hace correr para refugiarme en el artículo de arriba y decir sí. La ultraderecha que vino, se escondió y está al acecho.

NO

Rafael J. Alvarez es periodista de EL MUNDO.

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