Domingo, 28 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6251.
ÚLTIMAS NOTICIAS TU CORREO SUPLEMENTOS SERVICIOS MULTIMEDIA CHARLAS TIENDA LOTERÍAS
Primera
Opinión
España
Mundo
Deportes
Cultura
Comunicación
Última
Crónica
Nueva economia
Índice del día
Búsqueda
 Edición local 
M2
Catalunya
Baleares
 Servicios 
Traductor
Televisión
Resumen
 de prensa
Hemeroteca
Titulares
 por correo
 Suplementos
Magazine
Crónica
El Cultural
Su Vivienda
Nueva Economía
Motor
Viajes
Salud
Aula
Ariadna
Metrópoli
 Ayuda 
Mapa del sitio
Preguntas
 frecuentes
La ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie (Montesquieu)
 ULTIMA
TESTIGO IMPERTINENTE
Penélope, entre Buda y Nabokov
La gala de los Goya sólo es digerible con grandes cantidades de paciencia y panchitos El talento de Corbacho nos puede deparar una noche 'destroyer' La gran estrella será Penélope: es candidata al Oscar, buena actriz y colecciona novios famosos
CARMEN RIGALT

Faltan sólo dos telediarios para la gran gala de los Goya, esa historia interminable que ofrece TVE-1 a mayor gloria del cine español y cuya retransmisión es imposible digerir sin grandes provisiones de paciencia y panchitos. Faltan sólo dos telediarios para que usted y yo, querido lector, hundamos las posaderas en el sofá y nos entreguemos a la causa de los Goya con el fervor de quien los contempla por primera vez. Mucho me equivocaré, pero faltan dos telediarios más dos horas para que, mecidos por los discursos de agradecimiento, hinquemos la barbilla en el pecho y elevemos el espíritu a la estratosfera. Si fuera así, faltarían tres telediarios para conocer cuál ha sido la película ganadora y qué diseñador se ha echado al cuerpo la hermosa Penélope Cruz.

La esperanza es lo último que se duerme. El talento de Pepe Corbacho nos puede deparar una noche taquicárdica y destroyer. El gremio del artisteo es tan susceptible como el de los joyeros o los guardia civiles: las parodias hacen pupa en todas partes. Pero el guión forma parte del secreto de sumario. De momento sólo podemos adelantar que Carmen Calvo estrenará vestido (esta vez no será de Agatha: la propia ministra dijo que ella se viste por orden alfabético) y que Penélope será más envidiada que Cayetana Guillén, y Alatriste recibirá menos piropos que Santi Millán. Como nadie es perfecto, yo sigo prefiriendo a Bardem, pero no haré ostentación de ello para que el actor no me acuse de ligereza en el gusto (al fin y al cabo el gusto es mío, y el masoquismo, también). Hablando de Bardem: el domingo pasado, en esta misma página, escribí que el actor había sido increpado en Casa Lucio. Aprovecho la ocasión para desdecirme. Incidente no ocurrió, y si ocurrió algún día, no fue como yo lo conté. Aunque hay razones que explican mi comentario, no lo justifican en absoluto. Debería escribir ahora «contrastaré la información, contrastaré la información», hasta cien veces, pero no creo en esa máxima. Si los periodistas se dedicaran a contrastar la información, no habría existido ni el Watergate. Encajo la bronca. Respecto a la acusación que Bardem me hace de crispar el ambiente, sonrío. Ya somos dos.

Vuelvo a los Goya, con permiso. Pedro Almodóvar no irá a la gala, siguiendo su costumbre de los últimos años. Se veía venir. Es su particular (y coherente) derecho al pataleo. Con o sin él, el glamour doméstico está asegurado: la alfombra roja se verá bien surtida de personajes patrios. Si los Goya son una mala imitación de los Oscar, los Oscar son un mala imitación de sí mismos. La gran gala del cine americano, vista desde la distancia, es el espectáculo más kitsch del planeta. Aquello parece una parada de monstruos delirantes de exhibicionismo. Resulta hasta cómico. El propio Armani se ha declarado harto de ofrecer su colección para vestir a las estrellas, que una y otra vez destrozan la arquitectura de los trajes a fuerza de ponerlos más cortos, más largos, más escotados o más ceñidos.

Aquí, entre nosotros, Penélope será la gran estrella de la noche. Llega con el éxito fresco, tras haber sido nominada candidata al Oscar por Volver. Su imagen explosiva y vegetal, al dente, dejará sin respiración a la concurrencia. Penélope posee un rostro vitamínico y encapullado, una curvatura justa (el culo lo tiene de quita y pon: el de quita es suyo, el de pon es ortopédico), y una luz como de mediodía creciente. Parece una musa del neorrealismo italiano servida en estuche de Ralph Lauren. Es un poco budista y un poco lolita. Colecciona novios famosos (Nacho Cano, Tom Cruise, un tal Matthew de apellido indescifrable, etc.) pero lo hace disciplinadamente, siguiendo un orden sucesivo. Es buena actriz (sobre todo, fuera) y mala estrella (sobre todo, dentro). Entre película y película viene a España y aparca en San Sebastián de los Reyes, donde viven sus padres y un tío que ejerce de portavoz familiar. Uno de sus próximos papeles será el de Anita Delgado, la malagueña que enamoró al marajá de Kapurtala. Le va al dedo.


El chico del ciruelo

ANITA. Podría tratarse de una maniobra de despiste promovida desde el poder para que se hable menos de Zapatero, pero desgraciadamente no es así. La noticia existe y sus protagonistas pertenecen a la vida real. Ella se llama Ana Obregón y actúa en el mundo del colorín, junto con otros mamíferos superiores de dudosa estirpe. Él atiende por Derek y se le ha podido ver enseñando el ciruelo en los garitos de la noche donde pacen hembras en edad de aparearse.

Anita y Derek forman una unidad de producción. Todo lo que tocan lo convierten en reportaje. Y no sólo ellos: también sus amigos, parientes o ex parejas obtienen beneficios por su cercanía a los premiados. O sea, como las terminaciones de la lotería. Desde hace días, los platós de televisión amparan a todas las personas que dicen haber sido socorridas por la entrepierna del muchacho, un polaco de 26 años que gracias a Anita ha alcanzado el estatus de emigrante de lujo. Pero los predadores del corazón no perdonan, y prueba de ello es que han comenzado a sacarle los colores a Derek. Su pasado en la cárcel, sus amores con una narcotraficante y sus correrías por Ibiza han salido rápidamente a la luz. En las teles hay colas de chicas dispuestas a competir entre sí contando las grandezas y miserias de Derek, que de momento guarda silencio para no estropear el invento. El último en tomar la palabra ha sido papá Obregón, que suele mirar siempre hacia otro lado cuando se trata de valorar los fichajes amorosos de su hija. «No queremos conocerlo», ha dicho esta vez el constructor mordiendo la primera alcachofa que le salía al paso. Papá Obregón piensa seguramente que su hija terminará viviendo en una obra de Jardiel. Pura risa.

recomendar el artículo
portada de los lectores
copia para imprimir
Información gratuita actualizada las 24 h.
 SUSCRIBASE A
Más información
Renovar/Ampliar
Estado suscripción
Suscríbase aquí
Suscripción en papel
  Participación
Debates
Charlas
Encuentros digitales
Correo
PUBLICIDAD HACEMOS ESTO... MAPA DEL SITIO PREGUNTAS FRECUENTES

elmundo.es como página de inicio
Cómo suscribirse gratis al canal | Añadir la barra lateral al netscape 6+ o mozilla
Otras publicaciones de Unidad Editorial: Yo dona | La Aventura de la Historia | Descubrir el Arte | Siete Leguas

© Mundinteractivos, S.A. / Política de privacidad