Lunes, 29 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6252.
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CRONICA HISTORICA
El regreso de la bestia negra
La Fiesta del Oso es una celebración pirenaica que ya practicaban los pueblos prerromanos / El papa Gelasio instituyó la Candelaria en el siglo V para arrinconar las tradiciones paganas / «Si la Candelaria plora, el fred és fora», dice el aforismo
ROGER JIMÉNEZ

La Fiesta del Oso es una antiquísima celebración pirenaica que ya practicaban los pueblos prerromanos y de la que existen muestras a lo largo de la cordillera. Sin ir más lejos, se mantienen otras versiones de la fiesta en localidades como Arles o Encamp, y son, probablemente, el modelo de carnaval más antiguo que se conserva en la cultura popular tradicional de estas tierras.

La creencia común en muchos pueblos europeos establecía que cada 2 de febrero, el oso, que había estado hibernando en una cueva, se despertaba después de haber consumido las reservas de grasa acumuladas durante el verano. Ese día saca la pata fuera, y si llueve, hace frío o un tiempo desapacible, vuelve a su cubil para tumbarse otra cuarentena de días en la convicción de que, hasta que finalice ese periodo, no habrá llegado el momento.Si, por el contrario, nota que hace buen tiempo, sale de la cueva para hacer vida normal por entender que la primavera llega avanzada y los peores fríos han pasado. Los pueblos antiguos se dedicaban este día a despertar al oso para conseguir, mediante rituales mágicos, que llegara la primavera. Pese a que el oso es una especie que proteger y los ciclos se entremezclan, vestigios de estos rituales subsisten en Prats de Molló y Sant Llorençs de Cerdans y, hasta relativamente tiempos recientes, en Andorra. Esta fiesta popular es conocida como la cacería del oso.

En pleno invierno, los plantígrados, desaparecidos desde hace siglos de las montañas del Vallespir, en los Pirineos Orientales, atraviesan el tiempo y bajan para sembrar el terror en Prats de Molló y asaltar a las jóvenes del lugar para, simbólicamente, fecundarlas. Este es el eje de una representación que implica a todo la población desde tiempo inmemorial. Los hombres que harán el papel de osos negros se agrupan en el castillo de la Guardia (una fortaleza militar construida en 1659 cuando Francia se anexionó la comarca) para vestirse con pieles de oveja (originariamente, la piel era de oso) y pintarse la cara, los brazos y la propia piel de una mezcla de hollín y aceite, que les conferirá un aspecto salvaje y temible. Una vez disfrazados, salen del castillo y se dirigen hacia la villa, donde los vecinos y visitantes que aguardan en la Porta de França huyen en desbandada para evitar que los atrapen. Los osos persiguen a todo ser viviente, en especial a las jóvenes, para echarlos por tierra e impregnarlos de hollín, un juego que se prolonga hasta la puesta del sol y que pone a prueba la resistencia y velocidad de las presuntas fieras.

Cuando prácticamente todos han quedado tiznados de hollín en el pueblo llega el turno de los cazadores, que persiguen a los osos negros y a otros blancos, que se han embadurnado de harina la cara y las manos. Se trata de darles caza, encadenarlos, quitarles el hollín con vino y rasurar la piel de oveja. Es la lucha de los blancos contra los negros, los cazadores contra los osos, el bien frente al mal, el orden social contra la naturaleza instintiva.El acto de afeitar al animal es un eufemismo de la castración del oso, el genio del invierno que deja paso a la naturaleza.Una vez que todos los osos negros han sido afeitados, la gente puede respirar, extenuada después de tanto correr. Hay relajarse, y la mejor manera de hacerlo es admirando el ancestral Baile del Oso.

El oso venía a simbolizar el genio de la vegetación, que ha permanecido aminorada por efecto de las heladas y revive cuando vuelve la bonanza, alentada por las lluvias fecundantes y vivificadoras.En algunas versiones extranjeras es el lobo el personaje mítico que encarna el sentido de la vegetación. Una tradición de sabor muy arcaico a la que los expertos confieren un origen protohistórico y que el cristianismo relaciona con la Madre de Dios y la festividad que le dedica la Iglesia. Cuentan que el oso, que hibernaba en la cueva, supo que María salía de casa ese día para acudir al templo a purificarse llevando consigo a Jesús. En su afán por verlo, el oso salió de su escondrijo, descendió hasta un camino por el que debían pasar las divinas personas, y quedó tan maravillado que no pudo contener un ronquido de alegría. El niño Jesús, que nunca había oído un sonido tan terrible, se asustó y rompió en lloros. La Madre no interpretó las buenas intenciones del oso y lo maldijo con estas palabras: «Oso eres, oso serás y en oso te quedarás». De ahí que sea un animal insípido y extraño, que no es una fiera ni deja de serlo, y si bien no puede afirmarse que sea maligno tampoco se le cataloga entre los buenos.

Durante el siglo V, el papa Gelasio I instituyó la festividad de la Candelaria con la finalidad de desbancar o arrinconar las costumbres paganas de las fiestas que se celebraban en Roma el 15 de febrero ante la gruta donde fueron hallados Rómulo y Remo con la loba que los amamantaba. Tradicionalmente, ese día se deshace el pesebre en las casas y son empaquetadas las figuras hasta la próxima Navidad. Según las gentes del campo, la Candelaria simboliza el inicio del buen tiempo, y si el 15 de febrero llueve, significa que el frío se ha acabado, como sentencia el viejo aforismo: «Si la Candelaria plora, el fred és fora; si la Candelaria riu, el fred es viu».

La ley mosaica prescribía la purificación de las mujeres que habían dado a luz. Si era niño, debían hacerlo a los cuarenta días, y si era niña, a los sesenta. Las mujeres ricas ofrecían al templo un anillo y una pareja de tórtolas; las pobres, dos tórtolas o dos palomos, que es lo que hizo la Madre de Dios.De ahí que el día de la Candelaria, la gente comiera palomo como una prueba de devoción, y los cazadores se abstenían de salir para evitar matar a ninguna tórtola con la finalidad de no ofender a la Virgen.

Una antigua costumbre establecía en Barcelona que las parturientas entre el día de Navidad y el 2 de febrero fueran a la iglesia para ofrecer una pareja de tórtolas, o bien enviaran a alguien en su nombre si no estaban en condiciones de hacerlo. También era costumbre que las madres con hijos pequeños asistieran a la misa solemne de este día, y en el ofertorio soltaran unos palomos que levantaban el vuelo dentro del templo. El oficio de la Candelaria era una misa de ferro en ma (hierro en mano).De acuerdo con la costumbre, todas aquellas personas de armas que se encontraban en el templo estaban obligadas a subir al presbiterio, colocarse en torno al celebrante y blandir sus espadas desenvainadas, un gesto que significaba su disposición a defender con las armas, si era preciso, la pureza de la Madre de Dios.

En esta festividad se reparten candelas entre la clerecía parroquial y las autoridades. Son de cera blanca, más gruesas que las comunes, embellecidas con una cinta metálica que las envuelve en espiral.La creencia popular de que Jesús fue calzado el día de la Candelaria estaba muy extendida, de tal manera que muchas madres esperaban este momento para calzar a sus pequeños.

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