Lunes, 29 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6252.
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La coherencia en 'Okupolandia'
MANUEL MILIAN MESTRE

Me gusta la discreta manera de gobernar del president Montilla: prudente, armonizador y dominador de la faena como dirían los taurinos de su tierra natal. Me place ese modo de guante de seda y, tal vez, con puño de hierro. Los clásicos lo definían como «fortiter in re, suaviter in modo» (fuerte en la sustancia, suavemente en la forma). Montilla está acabando con la zarabanda caótica del tripartito anterior, un guirigay que en nada se parecía a la polifonía que tan bien arbitra L'Orfeó Català. Hasta una misa de réquiem suena esplendorosamente bella a pesar del motivo del adiós definitivo. De tal manera es así que algunos locos enamorados de la polifonía fúnebre -sin ser adictos a la necrofilia- coleccionamos versiones de Réquiem. El más celebrado es Josep Mª Caminal, ex director del Liceo, del que me confieso humilde imitador. Genios musicales como mi amigo y admirado Carles Santos, cuya juventud musical iniciática compartimos en Vinaroz, Tortosa y Barcelona, han logrado espléndidos pentagramas a partir de disonancias y contrapuntos, al igual que mi maestro -y suyo también- el canónigo Vicente García Julve que seguía ya en los años 50, en Tortosa, a destacados innovadores como Stravinsky o Stockhausen. De las muchas voces extraían una resultante, a veces disonante, pero siempre bella en la unidad.

En Okupolandia no todo son Montillas o Antoni Castells. Abundan por la izquierda soñadores que emplean la disonancia y siembran el desconcierto. Son probablemente coherentes en sí mismos, pero no así con referencia a sus colegas de Gobierno. Los unos respetan el sistema, reformándolo; los otros profesan la fe antisistema mientras acomodan sus posaderas en el banco del poder. No buscan la reforma del mismo, sino la provocación y la ruptura, aun gozando de las prebendas del sistema. Y en ello está Imma Mayol («no estoy abogando por la legalización de la ocupación, pero pido que se regule en el derecho civil») en la tentación ecocomunista por la ruptura; o Jordi Portabella (ERC), que expresa su voluntad de buscar acuerdos entre la Administración y los okupas para conquistar espacios en desuso (¿qué significa desuso?) ajustando un precio. O también Ferran Julián, concejal de Seguridad del Ayuntamiento barcelonés, que aspira a «abrir diálogo». Polémicas aparte, ¿creen acaso ellos que este es un ejercicio de coherencia con las garantías de la propiedad privada establecido en nuestro sistema constitucional?

Por esta vía, los ciudadanos de Cataluña pronto van a responder según su sacrosanta cultura y sus tradiciones. No sé si los Usatges referían alguna aquiescencia en este caso, o similares, pero mucho me temo que en las tierras del somatén no eran muy dados a estas filosofías escasamente propicias con el Llibre de Costums u otras fuentes del Dret Català. Revolución es el cambio completo del orden, su desestabilización sistemática. Reformismo es otra cosa, que bien comprenden los ciudadanos convictos y confesos en eso de la propiedad y sus derechos. Ya Aristóteles iniciaba su Política con una definición principal: todo hombre quiere «casa, mujer y buey»; es decir, hogar, familia y trabajo. Lo que de ahí se sigue es pura consecuencia, esa lógica que entienden perfectamente los ciudadanos sin excepción. La inconsecuencia, la tentación del desorden, se le escapa al pueblo que ama la justicia y la democracia. Es decir, la polifonía armónica, aunque sea para entonar el De profundis, si es que el sistema hubiere que cambiarlo. Los voceros discrepantes del municipio barcelonés van camino de romper la serenidad política montillana, y convertir a Cataluña en la cuna de Okupolandia y en el desconcierto de los inversores, o su tocata y fuga; tal vez un ¡Viva Catalunya Lliure! de los necios.

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