Lunes, 29 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6252.
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La sal de la vida
JULIO MIRAVALLS

La sal sirvió para pagar el trabajo (etimología de «salario»), antes de que los fenicios difundieran el dinero, y también para terribles castigos, con resonancias bíblicas, arrasando campos durante generaciones. La sal da sabor a la vida, pero es difícil imaginar muerte más angustiosa que la del náufrago sediento, rodeado de agua de mar.

El plan para instalar fábricas de agua, en sustitución de los trasvases, ha sido asumido con entusiasmo y escasa disidencia. El agua es poder político (también paga compromisos) y riqueza, y una desaladora sugiere autonomía y autosuficiencia, porque no depende de que alguien abra el grifo a cientos de kilómetros. Pero ningún remedio es perfecto: si alguien apaga el conmutador de la electricidad tampoco hay agua. Para quitar la sal al mar se usa la ósmosis inversa, que consiste en pasar el agua por membranas semipermeables a una presión de 70 atmósferas. No basta con captarla del mar y llevarla por tuberías, hace falta empujarla con fuerza y ese bombeo requiere mucha energía.

El escritor Alberto Vázquez Figueroa patentó el 7 de abril de 1995 un diseño de potabilizadora que no consume tanto, porque logra la presión precipitando el líquido a un pozo de 700 metros, en cuyo fondo están las membranas. El propio peso de la columna de agua produce las 70 atmósferas. Luego, claro, hay que sacar el agua dulce y la salmuera, pero sin tanta presión. El enunciado teórico es muy razonable, frente al costoso manejo en horizontal, que desaprovecha las fascinantes particularidades de la hidrostática. Se trata de usar la propia fuerza del agua, o mover toneladas a base de fuerza bruta. Transmitirle energía cinética o aprovechar la fuerza de la gravedad. Obra civil frente a pura maquinaria.

Hay una relación casi mágica entre el agua y la energía, explicada desde Arquímedes hasta Pascal: «La presión aplicada a un punto de un fluido, en un sistema cerrado, se transmite con el mismo valor a todos sus puntos». Con el apropiado diseño hidráulico, la fuerza de un solo dedo aplicada a un émbolo puede mover toneladas.

Grecia dio grandes sabios como Arquímedes, pero no grandes obras públicas. Los inventores de la democracia eran, más bien, autonomistas y tuvieron troceada la potencialidad de su civilización en ciudades Estado. Los romanos, en cambio, construyeron un imperio haciendo de la obra civil un arma de cohesión y dominio, con sus calzadas, puentes y acueductos.

Por mucho que haya evolucionado la humanidad, el valor estratégico del agua, su precio político, no ha cambiado tanto desde ese homínido imaginado por Stanley Kubrick en 2001, que halla la primera aplicación civilizada a un hueso, apoderándose a garrotazos de una charca.

El aprovechamiento del agua requiere una visión amplia, para moverla sin prejuicios y con inteligencia (salga de donde salga). Además de las desaladoras, crear conducciones, pantanos, saltos y embalses, permite aplicar la física y la tecnología, porque la propia masa del agua es pura energía potencial si tiene por dónde caer. Lo incuestionable es que, en la ecuación que vincula directamente al agua con la energía, siempre será preferible que sea la energía la que dependa del agua y nunca lo contrario.

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