Lunes, 29 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6252.
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XXI PREMIOS GOYA / Los protagonistas
Frescura, ritmo y cachondeo de una ópera sin 'prima donna'
BORJA HERMOSO

MADRID. - El tal Corbacho no es Bruce Lee, pero tampoco la gala fue el tostón de otros años, y sobre todo del último, sino todo lo contrario... Y quién sabe si el plagiador pero genial be Goya, my friend acuñado en boca de Antonia San Juan, pasará a convertirse en eslogan imperecedero del gran sarao anual del cine español.

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José Corbacho había avisado: «Toda gala de premios es un coñazo, y si se retransmite por televisión, además es un peligro». Pero ni Corbacho ni su amigo Manel Iglesias cayeron en el peligro del coñazo y, sacándose de la manga una visión fresca, desternillante, escatológica y pedorra (en sentido literal) de la vida, devolvieron a la gala de los Goya las vergüenzas perdidas. Y en el caso personal del showman José Corbacho -cineasta, además-, reeditó los buenos viejos tiempos protagonizados por la buena vieja sabia Rosa María Sardá.

Sardá, Wyoming, Corbacho... quizá Santiago Segura, son el tipo de gente que tienen que guiar un paquebote tan pesado y peligroso como la ceremonia de cada año por estas fechas. Gente heavy pero con causa, fresca, lista, mordaz, faltona casi.

No abunda fauna de este pelo en el cine y en la televisión de este santo país tan dado a reírse de todo... pero reírse de uno mismo es otra cosa, ay amigo. Y Corbacho bordó la autoparodia, y casi nadie pareció molestarse demasiado, ni tan siquiera un poco. Penélope Cruz se carcajeó con el sketch de Volver, en el que el cruel Corbacho, travestido de Pé, cantaba en el retrete el tanguito de Gardel, y la mismísima Isabel Coixet hasta tomó parte en la feroz e hiperrealista parodia de su persona. Hasta la improvisada indignación de Pilar Bardem contra el presentador por no haber sido besada quedó bien.

Las peticiones de brevedad a los premiados parecieron ser captadas a la perfección («emociónense lo justo, por favor»). Sólo al inmenso Juan Diego de Vete de mí se le fue un poco la chola, pero estuvo gracioso y emotivo, y encima pidió perdón. Una brevedad que se extendió a los vídeos de presentación de las películas nominadas. Conclusión: efectividad, rapidez, inteligencia, diversión, originalidad, novedad.

Bien por Corbacho, metrónomo, sheriff y payaso de rojo, de morado, de blanco y negro; bien por Manel Iglesias, coautor de la cosa; bien por la Academia del Cine y por su nueva presidenta, Angeles González Sinde, autora de un discurso original y exento del espantoso victimismo de otras veces (la gran especialista en esa disciplina, Marisa Paredes, escuchaba atenta a la presidenta en compañía de otra ex de la Academia, Aitana Sánchez-Gijón). Y ya se verá hoy si bien por RTVE... cuando se conozca el share de la noche de ayer. Pero no parece demasiado arriesgado apostar por una franca recuperación de audiencia con respecto al desastroso año pasado.

El hablar al borde del llanto, consustancial a Penélope Cruz cada vez que se refiere a Pedro Almodóvar, puso la nota sentimental en medio de la gran gamberrada. Se le acabó quebrando la voz cuando, tras agradacer su premio a sus familiares, dio las gracias a quien le regaló ese papel de Raimunda con el que también optará al Oscar. Lo peor para ella es que Helen Mirren no personifica el mismo nivel de rivalidad que Maribel Verdú, Marta Etura o Silvia Abascal...

Pero Pedro Almodóvar ejerció de triunfador fantasma, de vengador en la distancia, de ganador ausente o de como se prefiera llamarlo. Su derrota en los Oscar quedó aliviada con su victoria en los Goya, que agradeció por carta. No estuvo. Era su derecho. Pero fue lo peor de la velada. Como si en el estreno de una ópera, la prima donna se hubiera quedado en casa con los amigos, viendo la tele...

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