EMMA RODRIGUEZ
MADRID. - De Pérez Galdós a Javier Marías, pasando por Clarín, Machado, Salinas, García Lorca, Rafael Alberti, Pla, Borges y tantos otros. Hace apenas dos meses, Claudio Guillén publicaba 'De leyendas y lecciones' (Crítica), un libro en el que condensó, a través de 30 autores, 30 años de lectura, estudio y reflexión.
Guillén confesó entonces que siempre procuraba distinguir entre el creador y la persona. «Borges dijo un par de tonterías provocadoras, se le asoció con posturas muy reaccionarias y, probablemente, por eso perdió el Nobel, pero cómo podemos, a la larga, con todos sus valores, reprocharle eso, cómo podemos rebajar la categoría de gran poeta de Juan Ramón Jiménez por su mal carácter y sus enfrentamientos con otras personalidades de la vida literaria».
«A los escritores, a los intelectuales, no hay que pedirles que sean personas superiores. Todos tenemos una imagen positiva de Cervantes, y mi padre solía decir que le habría gustado tomar un café con Lope, y eso que era inquisidor», proseguía, alargando un juego que le resultaba divertido.
«No entiendo, por ejemplo, la postura de los que sostienen que el Quijote hay que leerlo desde los propósitos y las normas de su tiempo. Si así fuera, podríamos seguir interpretando como pieza cómica una obra tan abierta a múltiples lecturas. Sería como ir contra el espíritu de un hombre libre, capaz de poner todo en tela de juicio», decía al insistir en que cada época enriquece la lectura de las grandes obras.
«Vivimos en un mundo de impostura que la creación empieza a reflejar. La literatura ha superado las fronteras y lo de la literatura española se ha quedado para las universidades».
En esa ruptura de fronteras, en la mezcla de géneros y en la tendencia a la pluralidad para expresar la complejidad de la vida, se encuentran, en su opinión, las señas de identidad de la nueva narrativa. «La novela», decía, «ya no puede entenderse desde un único personaje, clase social o ámbito nacional, y eso conduce a finales abiertos».
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