JUAN BONILLA
Todos sentimos la calambre del espanto allá por diciembre del 2004, cuando los tsunamis arrasaron el sureste asiático.
A mí me recordó a un cuento prodigioso de Daniel Sueiro, el primer texto literario que llegó a conmocionarme nunca: El día que subió y subió la marea. En cierto sentido, no era más que la descripción de un sosegado, y por ello mucho más cruel, tsunami devastador. Pero justamente por ser sosegado y paulatino cobraba una fuerza kafkiana que, claro, al leerlo entonces yo no sabía que era kafkiana. Por eso, Kafka siempre me ha parecido un imitador de Daniel Sueiro.
Esa calambre del espanto empujó al poeta Mario Cuenca Sandoval (1975) a contemplar su perplejidad, su miedo, su conmoción, y escalar esos gigantes con la ayuda de los versos. Lo decía Flaubert en una época en que el azúcar ya no se sacaba sólo de la caña de azúcar: hay que hacer lo mismo con la poesía, hay que encontrarla en todas partes, extraerla como extraemos el azúcar de lugares que no parecían destinados a darnos azúcar.
Aunque todos sepamos que las tragedias son muy fotogénicas, es complicado hacer con ellas verdadera poesía: es difícil sujetarlas para, a partir de ellas, echar a volar la reflexión. Mario Cuenca lo ha hecho con honestidad, sabiduría y fuerza deslumbrante en un libro que, meditando sobre unos hechos de la actualidad, explora las variantes del dolor y del acto de hundirse en pos de un imposible mágico: la salvación, el rescate de aquellos que se hundieron.
La presencia de algunos derrotados legendarios -como el gran George Foreman, noqueado por Alí en el combate del siglo, en el antiguo Zaire- junto a cadáveres anónimos -como el de una hermosa muchacha- despliega un amplio abanico de personajes que representan el papel del hundido que sale a flote en la victoria pequeña y serena de los versos.
Hay un poema que, jugando a la demagogia típica de cierto periodismo gritón, consigue ser emocionante: Efecto mariposa. A partir de un hecho trágico, pero insignificante para la comunidad -un hombre pierde su empleo-, se alcanza, a través de una cadena de hechos comunicados, el centro mismo de las tragedias que atenazan a esa comunidad.
Con inteligencia, solvencia, riesgo y destreza, Mario Cuenca, autor de otro libro de versos, Todos los miedos, ha escrito una obra emocionante, que, en sus mejores tramos, alcanza a reproducir la calambre de espanto que todos sentimos en diciembre de 2004, en aquellos días en que subió y subió la marea.
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