ALBERT MARTIN
BARCELONA- Emilio Carlos Guruceta no fue nunca un personaje querido en el Camp Nou. El malogrado árbitro ganó la inmortalidad en tierra barcelonista señalando como penalti una acción de Rifé sobre Velázquez que ocurrió un par de metros fuera del área en un Barcelona-Real Madrid. Aquello pasó en 1970, y la sombra de aquel escándalo se revivió ayer en el estadio azulgrana.
Todo empezó en el minuto 20 de la segunda mitad, cuando el lateral barcelonista Gio trabó espectacularmente a su compañero Oleguer en presencia de Angel, que conducía el balón dentro del área barcelonista. Viendo la extraña colisión de cuerpos, el jugador céltico tiró de reflejos y se lanzó sobre el césped para reclamar penalti. Delgado Ferreiro, debutante en Primera, picó pese a la carcajada cómplice de Angel y Oleguer, que no se lo explicaban.
Nené transformó el penalti para igualar el choque, y Gio se quedó con la copla de que las penas máximas estaban baratas. Sólo siete minutos después decidió vengarse. Recibió de Ronaldinho en la frontal del área y, medio metro antes de entrar en la zona de castigo, se marcó un magnífico piscinazo que convenció de nuevo al colegiado. La confusión en este caso fue mayor debido a que el linier no se marchó hacia la línea de fondo, sino que se quedó en su posición indicando al árbitro que la acción había ocurrido fuera del área.
Pero el árbitro vasco, tozudo y pese a la desesperación de los celtiñas, se obcecó en señalar el punto de penalti. Ronaldinho martilleó la escuadra y, con Fernando Vázquez en la banda, el espectáculo estaba servido. El entrenador del equipo celeste se hizo expulsar y se guardó dinamita para su comparecencia de prensa. «Atrévete a decir cómo ha llegado el 2-1», le dijo a un periodista catalán. Le replicaron que tampoco era penalti la acción sobre Angel. «Por lo menos estaba dentro del área», respondió. «De los cinco goles que nos ha metido el Barça en dos partidos [en realidad son seis], tres eran ilegales. Si no estamos igualados en eso, es difícil pelear».
Rijkaard se mostró más frío ahí. «No es mi problema. Creo que hemos ganado merecidamente», explicó. Gio también se mostró ambiguo -«no sé si era penalti, pero no me voy a quejar»- y Oleguer aseguró que en el penalti con el que el Celta empató no hubo nada punible. «Gio me ha dado a mí, tengo un buen golpe en el tobillo», aseguró.
Los piscinazos fueron la comidilla de un partido que también vino marcado por un juicio popular. Casi 70.000 miembros del jurado esperaban las alegaciones de Ronaldinho. El brasileño asumió su propia defensa mermado por el gran marcaje que le hizo Angel.
La afición del Camp Nou ha cometido todos los sacrilegios imaginables generación tras generación. Ha sido capaz de silbar a Cruyff, a Maradona, a Romario, a Ronaldo, a Rivaldo y sí, también a Ronaldinho. El de Porto Alegre lo sabía y por eso acudió al terreno dispuesto a fajarse, a vaciarse y a apelar a la generosidad del público barcelonista con los Neeskens, Migueli, Ferrer o Cocu. Con el violín desafinado, qué mejor que entregarse a la tarea de engullir kilómetros. Se dejó la piel y, de paso, marcó el penalti decisivo. Suficiente.
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