«¿Es verdad que Fidel ha estado visitando a un médico en Madrid?». Rolando Uríos pregunta al periodista sobre el rumor que había situado semanas atrás al dictador cubano en una clínica de la capital. Brilla con España, gana títulos en el Ciudad Real y su nacionalidad le permite jugar con la selección, pero no olvida Cuba, lo que sucede en la isla. Habla con parsimonia desde sus cerca de dos metros y 113 kilos. Toma café en la recepción del hotel de Mannheim y con disimulo apura las últimas caladas de un cigarrillo. Los paquetes le duran cuatro días. Dice que le relajan y se pone casi colorado al reconocer que a Juan Carlos Pastor no le hace mucha gracia lo del tabaco.
Pero a Roli, su nombre en la concentración, no le niega el entrenador su pequeño vicio. Es la estrella tímida, el hombre más determinante. Ayer vio el partido desde la grada para que su cuerpo descanse para los cuartos de final de mañana, donde su participación será vital para los intereses del equipo. «¿Uríosdependencia? No, pero si se las das, las mete, ¿no?», responde el seleccionador sobre el estilo de juego ofensivo de los suyos. Su efectividad es indiscutible. Ha lanzado 28 balones en el torneo y ha hecho 23 goles. También ha provocado una veintena de siete metros, otra vía directa a la red. Ninguna selección del mundo dispone de un ariete tan decisivo. En cinco partidos del torneo ha sido elegido dos veces el jugador más destacado. Y el año pasado fue proclamado el mejor pivote del Europeo de Suiza o, lo que es lo mismo, el mejor del mundo, porque el balonmano es propiedad del viejo continente.
Rolando enseñaba ayer contento el reloj que sus compañeros le había regalado la noche anterior, cuando cumplió 36 años. Explica que los golpes duelen cada vez más, pero que sus huesos no le piden calma. «Mi niña grita cuando ve que me pegan tanto en los partidos. No le gusta», cuenta. La retirada ni se la plantea. Quiere aprovechar el dulce momento que vive. Es un referente en la selección y del campeón de Europa de clubes, el Ciudad Real. Su impacto en el balonmano español ha sido inmenso. Quizá el salto de calidad que requería la selección para convertirse en ganadora.
El Mundial de Alemania es el tercer gran torneo que afronta con el nuevo carné, tras nacionalizarse en 2004. Le convenció Domingo Díaz de Mera, el presidente del Ciudad Real. «Es lo mejor que pude hacer para mi carrera deportiva. Necesitaba los papeles para estar tranquilo». Su salida de Cuba fue tan turbulenta como la de la mayoría de los deportistas del país, que a finales de los años 90 escaparon del régimen.
Las raíces españolas de Uríos le permitieron conseguir el DNI sin demasiados problemas. Su abuelo fue un valenciano que en 1924 se marchó a la isla en busca de fortuna. Un hombre fuerte, rocoso. Los genes saltaron a las siguientes generaciones. El padre de Rolando rozó la élite siendo boxeador en los años 50. Tuvo encima de la mesa un contrato como profesional en Estados Unidos, pero tuvo que renunciar para atender la hacienda familiar, tras quedar ciego su progenitor. Ahora, en La Mancha, Rolando junior, de siete años, ya se entrena con los benjamines del Ciudad Real. La pequeña Uríos ha optado por el flamenco.
Una mañana, con nueve años, un primo animó a Uríos a entrar en el balonmano. Muchos chavales de Camilo Cienfuegos, su barrio en Bayamo, probaron suerte en el parqué. «Yo no sabía ni lo que era eso. Sólo entendía de béisbol», recuerda. La secretaria de deportes del Gobierno cubano preparó un ambicioso plan para desarrollar esta modalidad en equipo. Uríos no tardó en ser seleccionado. Su adolescencia la pasó en Cerro Pelado, a las afueras de La Habana, en un estricto centro de preparación para los atletas del régimen. Clases y horas de entrenamiento para lucir el escudo de la revolución en las competiciones panamericanas. Roli se licenció en Educación Física mientras pulía su juego. Tuvo que aprender a mover sus dimensiones con soltura, a buscar el mejor ángulo de tiro en medio de complicados giros y agarrones. «Procuro buscar el pie de apoyo del portero. Se la tiro allí, porque esa pierna no la puede mover», confiesa.
Las buenas calificaciones eran obligatorias para seguir en el equipo nacional, donde la remuneración económica apenas le daba para pagarse el transporte. Saltó a Europa y cuando tuvo oportunidad buscó refugio en España, antes de jugar en la Liga francesa. El Gobierno cubano le declaró enemigo público por su deserción, igual que hizo con su compatriota Julio Fis, español también y fuera de este Mundial por una lesión de rodilla. Después llegaron las prohibiciones y las limitaciones de su pasaporte. Estuvo cinco años sin viajar a Cuba a ver a su familia para evitar «problemas». El pasado verano pasó 12 días en Bayamo y La Habana. «Hermano, volví deprimido. Cada vez está todo más destruido. Además, ahora que vivo en España, cuando ves aquello y comparas, te da rabia que allí sigamos así», analiza.
Ahora saborea la tranquila vida en Ciudad Real, se ha enganchado también a la Fórmula 1 con Fernando Alonso, y aprende de vinos. «Bastante estrés sufro en la pista, fuera me relajo», afirma y se palmea el estómago con una gran sonrisa.