Abierto de Australia
MELBOURNE
Final
Federer 3 0González
Los grandes héroes van quedando atrás, diluidos por la extraordinaria dimensión del diestro de Basilea. William Tatem Tilden, Big Bill, aquel gigante de pantalón largo y alardes de escritor que hizo carrera en la primera mitad del pasado siglo, ya tiene a Roger Federer encaramado en el escalón del diez. Una decena de majors, a uno de Bjorn Borg y Rod Laver, a dos de Roy Emerson, a cuatro de Pete Sampras.
Salen las cuentas. Con tan sólo 25 años, el tricampeón del Abierto de Australia, el hombre que ayer invirtió el signo de la tormenta que venía desatando Fernando González, irreprochable ganador de Nadal, de Blake y de Hewitt en su meteórica carrera hacia su primera final del Grand Slam, tiene la historia a sus pies.
Es obligado un proceso de selección a la hora de plasmar los datos de su permanente pulso con lo insólito. Federer irrumpe, también, como el cuarto tenista que se hace con un grande sin entregar un solo set, tras Borg, que lo hizo en tres ocasiones (Wimbledon 76, Roland Garros 78 y el mismo torneo en 1980), Ilie Nastase (Roland Garros, 1973) y Ken Rosewall (Australia, 1971). Federer acumula ya 36 victorias consecutivas. Perdió su último partido el 15 de agosto, ante Andy Murray, en la segunda ronda de Cincinnati. Está a diez triunfos de Guillermo Vilas, a la cabeza de los vencedores tenaces desde septiembre de 1977.
Son éstos asuntos laterales en sus verdaderas aspiraciones. La mirada de Federer puede volar más alto, allá donde Sampras instaló la pica de los 14 grandes. «Aún está demasiado lejos como para hablar de ello todo el rato. Si alguien me hubiera dicho después de hacerme con el primero que ib a ganar diez le habría respondido: 'nunca en la vida'», comentó ayer en la conferencia de prensa posterior al partido.
Fernando González lo intentó, sin deponer las armas ni siquiera cuando el destino estaba definitivamente escrito. Quebró en el noveno juego del primer set y tuvo dos oportunidades de hacerse con él al servicio. Estrelló una derecha en la red y se vio superado en un ascenso precipitado hacia la cinta. Algo le tembló la mano, al menos, eso cabe deducir de la menor potencia de su servicio, de las dudas en la toma de decisiones. Pese a ello, pese a ver cómo le rompía de vuelta, dilató la pugna: salvó después cuatro bolas del suizo y remó hasta morir en el tie-break.
Opciones.
«Roger aprovechó todas sus oportunidades. Yo disfruté de la mía, pero no supe rentabilizarla. Quizá el partido habría sido diferente», comentó el chileno, que precisó la atención del fisioterapeuta después del primer parcial debido a problemas en la espalda y en el hombro.
Federer navegó río abajo. Hizo break en el séptimo juego de cada uno de los dos siguientes parciales; cómodo, grave el caminar, ligero el brazo, la muñeca leve, seguro de formar parte de los elegidos, de pertenecer a un universo distinto. «Creo que soy el mejor jugador de tenis del mundo, y podéis llamarme genio porque me impongo a muchos de mis rivales, a cada uno de forma diferente, ganando incluso sin jugar lo mejor que sé», aseveró ante los medios, trazando con máxima precisión su propio perfil.
Desde que ganó Wimbledon en 2003, apenas admite un reproche en su trayectoria. Se llevó el triunfo en Australia, nuevamente en Londres y en el Abierto de Estados Unidos un año después; combinó Wimbledon y el US Open en 2005, y volvió a apuntarse tres de los cuatro el pasado año. Sólo Roland Garros le es esquivo. Llegó más lejos que nunca en los dos últimos cursos, pero varó siempre en el mismo puerto, frente a Nadal: en las semifinales de 2005 y en la final de 2006.
«Físicamente es muy fuerte y ha crecido en esa superficie. Después de ganar 60 partidos seguidos en tierra tiene una gran confianza y sabe cómo hay que jugar. Cubre la pista muy bien. Además es zurdo. Todas estas combinaciones le hacen muy duro. Sí, sólo hay un único Rafa, entre los diez primeros al menos, y entre los dos también», admite. París es el desafío inmediato, el único problema en un tenista sin limitaciones. Difícilmente se puede poner en duda que superará el récord de Pete Sampras, que, de no mediar lesiones, continuará gobernando el circuito con puño de seda. La tierra tan anhelada es algo diferente. Allí, Nadal juega con dos copas y cinco años de ventaja. Queda por ver si será bagaje suficiente para demorar la entronización de Federer, para dejar una deuda eterna en la incomparable hoja de servicios del genio. Llamémosle así, ya que así lo consiente.