Lunes, 29 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6252.
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 MADRID
AQUI NO HAY PLAYA
Adictos al asfalto
Javier Lorenzo

Se acaba de cumplir un año de la ampliación del Servicio de Estacionamiento Regulado (SER) a todo el interior de la M-30 y a los centros históricos de algunos distritos y el peatón, un pobre diablo que por no tener no tiene ni carné de conducir -no digamos ya vehículo-, se pregunta si ha sido positiva o no la implantación del sistema. Debido a su ignorancia, no tiene prejuicios ni tampoco una opinión formada. Es un asunto que sabe que ha levantado mucha polvareda, especialmente en los barrios allende la calle M-30 (que así reza, para dar el pego ante la Unión Europea, en algunos tramos de su recorrido), pero a él le toca más bien de refilón y sólo percibe sus benéficas o pérfidas consecuencias a través de terceros. Así, por ejemplo, en varias reuniones de trabajo veía con sorpresa cómo muchos de los presentes miraban el reloj continuamente y salían a toda prisa cada dos por tres ante la mirada cómplice del resto. El peatón creyó que eran adictos al tabaco, pero luego resultó que no. Que lo eran al asfalto.

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En el quiosco de prensa, el peatón ha visto también libros modestamente editados, pero de 200 páginas, en los que se despotrica contra el dichoso SER. Tras ojearlos, piensa que algo de razón deben de tener los que protestan. En internet, miles de testimonios personales -con fotografías incluidas- abominan del invento y realzan las barbaridades y despropósitos que se han cometido en su nombre (desde pintar rayas verdes o azules en zonas de aparcamiento para minusválidos hasta dibujarlas en lugares en los que desde siempre estaba prohibido estacionar o incluso hacerlas tan pequeñas que en el espacio resultante no podría aparcar ni un patinete). Además, basta un paseo por Carabanchel y otros distritos para comprobar el poco cariño que sienten los vecinos por los modernísimos parquímetros. De hecho, que el Ayuntamiento enviara a la Policía para custodiar los escasos chismes que aún funcionan al peatón le pareció una anécdota extraordinaria.

A veces, el peatón no lo es tanto y en lugar de hacer uso del autobús o del Metro, coge un taxi. El peatón está convencido de que el mejor barómetro de la ciudad son los taxistas, de modo que en cuanto tiene ocasión saca el tema. Las respuestas que ha obtenido le han dejado perplejo, porque la gran mayoría apoyan el SER, pero no. Es decir, que por una parte los profesionales del volante certifican a diario que hay menos tráfico y que se conduce mejor por la urbe. Sin embargo, por otra, muchos viven en esos barrios populares y de extrarradio en los que el Ayuntamiento ha actuado cual si lindaran con el Palacio Real y entonces no paran de echar pestes. Así pues, el peatón saca dos conclusiones: la primera, que al Consistorio se le ha visto el plumero de su afán recaudatorio. La segunda -y admitiendo que él no se ve directamente implicado-, que algún efecto descongestionador sí ha tenido el SER de marras. Han sido tantos años de clamar contra el tráfico de Madrid, que ahora que parece que no es tan denso, la verdad, al peatón le da apuro ponerse en contra del método que lo ha propiciado.

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