Lunes, 29 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6252.
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'Falcon' y verde, un modelo de coche maldito
ROBERTO MONTOYA

Caminar en los años 70 por la acera de cualquier ciudad argentina y tener la mala suerte de descubrir de reojo la presencia de un coche Ford, modelo Falcon y de color verde, sin matrícula, que circulara por la calle paralelamente, lentamente, con varios individuos en su interior observando detenidamente para ver si uno denotaba algún tipo de nerviosismo, algún movimiento raro, que tuviera tal vez unos cabellos largos, o ropas, periódico, revista o libro en la mano inadecuados, podía provocar en cuestión de segundos un cambio radical en su vida... o que ésta acabara abruptamente para siempre.

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A plena luz del día una patota podía bajarse del coche con sus armas a la vista y llevarse con total impunidad a una persona violentamente en una calle concurrida a plena luz del día. A partir de ese momento su presa podía ser torturada en el mismo vehículo en movimiento, con una picana (una suerte de porra con electrodos en la punta) portátil, a batería, para ganar tiempo, intentando sacarle la información buscada. De acuerdo al resultado obtenido, o a veces independientemente de él, se decidía si tirarla en el arcén de una carretera, en un solar o en una calle cualquiera, cosida a balazos, o si se optaba por tratarla en otro lugar, con más tiempo y otros métodos.

El Falcon, un modelo nacido en los 60 e inicialmente adoptado por la clase media argentina, pasó a ser utilizado por la policía para sus coches patrulla, color azul, de distintos tonos. Una gran partida, todos ellos verdes, fue destinada a usos oficiales, ministerios e instituciones de distinto tipo... pero también, como coches camuflados de las Fuerzas de Seguridad, servicios de Inteligencia, y se terminaron convirtiendo en símbolo de terror, de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A) y de todo lo que oliera a represión en general.

Todo grupo paramilitar parecía utilizarlo precisamente para amedrentar con su sola presencia en la calle, frente a una vivienda, frente a la sede de un periódico, ante un teatro independiente, un cine o una librería underground. Antes de iniciar un operativo un comando de la Triple A, trasladado en uno o varios vehículos, pedía zona libre a la comisaría bajo cuya jurisdicción pensaba actuar, para que desapareciera de la misma toda presencia policial oficial, como forma de evitar posibles confusiones y tiroteos entre colegas. Si la o las víctimas o sus vecinos llamaban a la policía o algún testigo acudía a la comisaría para denunciar que se estaba produciendo el secuestro de una persona o el ataque contra una casa o local, la policía ya estaba advertida. De esa forma sabía que debía dar largas, plantear cualquier burda excusa, o incluso llegaba a cerrar las puertas de la comisaría hasta que el comando le notificara que había salido de su área.

Si bien la Triple A ya tenía un nivel de operatividad intenso desde la segunda mitad de 1973 (bajo el último mandato de Perón), éste se acentuó drásticamente tras su muerte el 1 de julio de 1974, y asumir la Presidencia su viuda, Isabelita. A diferencia de la meditada psicología de terror que practicarían luego con la desaparición física de sus víctimas, las Fuerzas Armadas tras asumir el poder con su golpe de Estado de 1976, la Triple A pretendía aterrorizar con un método exactamente opuesto.

Cuando secuestraba a todo un comité de empresa combativo opuesto a la burocracia sindical o a un grupo de activistas barriales zurdos enfrentados a tal cacique de la derecha peronista, o más aún, a un núcleo de militantes de un grupo de bolches (izquierdistas), tras torturarlos y matarlos dejaban sus cadáveres esparcidos en la vía pública. Era el terror en su versión gangsteril estilo Chicago años 20, sin más.

Otro grupo paramilitar que surgió todavía aún bajo la democracia de Isabelita, y que cometió numerosos asesinatos en la provincia de Córdoba entre 1974 y 1975, fue el llamado Comando Libertadores de América, formado fundamentalmente por oficiales y suboficiales del Ejército, que actuaba de forma paralela a la Triple A, aunque ya se percibía cierta diferencia entre la forma de actuar de las Fuerzas Armadas y la de la AAA, era más limpio. Como se vería tras el golpe de Videla de 1976, la desaparición de 30.000 personas estuvo inspirada en aquel decreto del régimen nazi de 1941, Nach und Nebel (Noche y Niebla), diseñado para prolongar la incertidumbre y el sufrimiento permanente de los familiares y el entorno del desaparecido. A pesar de ese y otros cambios importantes que supuso la llegada de la dictadura con respecto al periodo anterior, la esencia misma del genocidio no fue cometido de forma legal u oficial por las Fuerzas Armadas y la policía, dando la cara, con sus uniformes y sus vehículos oficiales. Los comandos de la AAA fueron reemplazados por los Grupos de Tareas de los militares, quienes, vestidos de civiles, masificaron los secuestros, las torturas y las desapariciones de personas. Y esos comandos siguieron reclamando zonas libres a las comisarías y utilizando Falcon verdes.

Tres décadas después de todo aquello, sólo a un nostálgico de la tortura y la represión, se le ocurriría comprar de segunda mano un Falcon verde. Hace años el Banco Ciudad decidió suspender en Buenos Aires una subasta de Ford de ese modelo fabricados en los 70, pertenecientes a la Armada ante la convicción de que no habría clientes.

Aún hoy día no es una sensación agradable para miles de personas en Argentina descubrir cerca de uno a un Falcon verde. Y no es sólo paranoia.

Hasta ahora no han aparecido rastros de Julio López, de 76 años, secuestrado el 17 de septiembre después de testimoniar en el juicio contra el ex comisario de policía de la dictadura Miguel Etchecolatz. López sigue sin aparecer y no sería extraño que se lo hubieran llevado en un Falcon verde.

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