El senador volvió a la realidad de forma lenta e imprecisa, como si regresara de un sueño. Al girar la cabeza vio las sábanas manchadas con su propia sangre. Se palpó, estaba entero. De milagro había sobrevivido a la bomba que le arrojó por los aires hasta chocar con el techo de la habitación.
El día anterior, 14 de mayo de 1975, Hipólito Solari Yrigoyen había participado en una reunión con las autoridades de Puerto Madryn, la localidad donde ha residido hasta hoy. En medio de la conversación, se enteraron de que la Policía de la provincia había acordonado la ciudad y tomaba posiciones a lo largo de la autopista.
«Ahora sabemos que el propósito de ese misterioso operativo era facilitar la huida de los terroristas que, seis horas más tarde, colocarían la bomba en mi domicilio. Las instrucciones de liquidarme venían del despacho de José López Rega, que por entonces cumplía una doble función en el Gobierno de Isabelita Martínez de Perón: la de coordinador nacional de la Policía y la de jefe, desde la sombra, de la Triple A», relata Yrigoyen.
En esa época, el parlamentario todavía caminaba con la ayuda de muletas, pues aún no se había recuperado de las heridas de un atentado anterior, que marcó un hito en la historia de Argentina. El 21 de noviembre de 1973, una bomba detonó cuando ponía en marcha su automóvil, convirtiendo a Yrigoyen en la primera víctima de un atentado reivindicado por esa organización, formada por agentes policiales y delincuentes afiliados al sector derechista del peronismo. Miembro de una familia de la aristocracia criolla, sobrino-nieto de Hipólito Yrigoyen, ex presidente argentino, nuestro personaje no cuadraba ni remotamente en el perfil de los «insurgentes» que López Rega pretendía aniquilar. ¿Por qué la Triple A lo eligió como actor de reparto en su espeluznante debut ante el público argentino?
«Yo militaba en la Unión Cívica Radical, que tiene sus raíces ideológicas en el humanismo del siglo XIX. Pero como ellos tenían una visión primitiva de la realidad, a cualquiera que profesara ideas libertarias le ponían el mote de comunista. Por haber denunciado a la dictadura de Juan Carlos Onganía y por defender a los disidentes del peronismo, la Triple A me marcó como su primer objetivo», recapitula Yrigoyen, de 74 años.
Después del primer atentado, sus compañeros de bancada le rogaron al entonces vicepresidente de la comisión de Trabajo que pidiera protección policial. «Una sugerencia ingenua, que demuestra el grado de desconocimiento que teníamos los argentinos de la barbarie que se estaba gestando. Yo sí tenía el presentimiento de que confiar en la Policía sería un suicidio».
Postrado en la sección ortopédica del Hospital, Yrigoyen meditaba sobre el giro que había tomado su vida, cuando recibió una inopinada visita. «Isabel Martínez de Perón con un ramo de flores y, a unos pasos de distancia, silencioso y escrutador, López Rega, el hombre que había ordenado mi muerte. Pensé: estas cosas sólo ocurren en las películas de la mafia, cuando el capo asiste a los funerales de su víctima. Isabelita, como era habitual, estaba en las nubes. Al ver mi estado chistó y dijo: '¿Qué quieren estos desalmados? ¿Convertirnos en una segunda Cuba, en un Chile?', cuenta la primera víctima de la Triple A.
«Ignoro si ella tenía conocimiento cabal de la trama siniestra que dirigía su consejero y médium particular [López Rega practicaba el espiritismo]. Ignoro si tenía alguna conciencia de lo que ocurría a su alrededor. Su acompañante, el hombre del abrigo gris, era quien movía los hilos del poder: hasta consiguió que su yerno, Raúl Alberto Lastiri, fuese nombrado presidente provisional de la República Argentina tras la muerte de Perón», agrega Yrigoyen.
Con el advenimiento de la dictadura, en 1976, la Triple A se asimiló al resto de los aparatos represivos. La cacería de Yrigoyen continuaba bajo la dirección de la Junta Militar. «La noche del 17 de agosto de 1976 golpearon a mi puerta. No había conseguido ni abrir la puerta cuando un proyectil de uno de los pistoleros me rozó la nuca. Quince días me tuvieron recluido en un campo de detención clandestino, en Bahía Blanca. Luego me llevaron a la base militar de Trelew, donde fui torturado. Pensé que de allí no saldría vivo», cuenta Yrigoyen, quien ignoraba que el Congreso de Estados Unidos, junto a los de Finlandia, Francia y Venezuela, había pedido su liberación.
En todas partes se había labrado una reputación como defensor infatigable de los Derechos Humanos. En los primeros días de mayo de 1977, un vehículo militar lo depositó en la cabina de un vuelo que partía a Caracas, donde se reuniría con su esposa y sus tres hijos. «Le entrego al reo Yrigoyen», dijo el jefe del piquete. «Senador, es un orgullo tenerle a bordo», respondió el comandante.
A su regreso del exilio, en junio de 1983, Hipólito Solari Yrigoyen fue designado embajador itinerante del Gobierno democrático de Raúl Alfonsín. Más tarde, se incorporaría al Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas.