Miércoles, 31 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6254.
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Nosotros, los nazis
JAVIER GARCIA SANCHEZ

El personaje de Smith, aquel clon trajeado de la saga de Matrix, decía en uno de sus breves pero memorables soliloquios, y refiriéndose a los humanos: «Vosotros sois el cáncer de todo lo vivo». Más o menos ese era el mensaje. Desde entonces no dejo de pensar en el tema, y cada día que pasa me convenzo con nuevos argumentos de que Smith, que nos llamó «cáncer», o tal vez «virus», tenía toda la razón. Hace poco pude oir la entrevista que le hacían por radio a un director de cine mauritano. Acaba de estrenar una película en la que la gente de allí, de Africa, habla de los problemas que tiene. En el testimonio hay de todo, desde los colaboracionistas con el mundo desarrollado hasta los que nos ven como auténticos monstruos sin entrañas, y muchísimo menos con conciencia. Para ellos, para los africanos, somos el horror blanco, la causa de la mayor parte de sus indecibles males. Debemos ser, para que lo entiendan, sus nazis.

Resulta que desde hace años, luego de haber colonizado, expoliado y masacrado cuanto en Africa se nos puso a tiro, ha hecho su aparición la faceta más descarnada de esa Solución Final urdida desde los centros de poder de los países capitalistas: el Fondo Monetario Internacional. Este bonito organismo ha estado dando dinero a la práctica totalidad de los países africanos, aunque para cobrarse después unos devastadores intereses. Pero no siquiera tipo lobby judío en la década de los años 20 y 30 del pasado siglo. No, lo ha hecho en plan mucho más salvaje y sin disimulo alguno. A los que les llegó algo fue para sobrevivir un tiempo, en ningún caso para infraestructuras básicas, para sanidad, para educación. Y encima, empeñados hasta la médula. ¿Cómo van a mirarnos, pues, los ciudadanos de Africa sino como sus seculares explotadores? Les hemos abocado al hambre, a la enfermedad y a la muerte. Por nuestra parte, tan panchos. Es decir, con algunillos problemas de conciencia, pero poco más. Claro que nos indignamos ante esas imágenes de niños con moscas en la boca, pero hemos aprendido a desviar la mirada. En el fondo es lo que siempre ha hecho Occidente, apartar la mirada.

Por supuesto que nosotros, los ciudadanos de a pie, no somos el Fondo Económico Internacional, como los habitantes de Alemania en el período 1941-1945 no eran los guardianes de Treblinka o de Bergen-Belsen, pero me atrevo a sugerir que nosotros, siquiera por mor de los medios de comunicación, sabemos mucho más que aquellos alemanes, estigmatizados de por vida, sabían de cuanto estaba cociéndose en los campos de exterminio. Y es que vivimos (cómodamente) instalados en el vientre de la bestia nazi más pavorosa que jamás existió, la que todo lo corrompe. Leo di Caprio protagoniza una película en la que se denuncian las corruptelas de Occidente para hacerse con los diamantes de Africa. Bien, pero acto seguido el actor es invitado a Bruselas, guarida de los expoliadores de diamantes, para «lavar» la imagen de tal negocio. Y acude. De hecho, si se hubiera negado es posible que su rutilante carrera cinematográfica empezara a declinar. Así con todo. Qué dolor.

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