Hay películas enterradas bajo el polvo del olvido y redimidas milagrosamente al cabo de las décadas por una banda sonora, por una canción inolvidable, por un silbido que trasciende las barreras del tiempo. Algo así es lo que ocurre con el tema central de El bueno, el feo y el malo, posiblemente la melodía más silbada del último medio siglo.
Uno escucha la primera nota y es como si entrara de una patada en un saloon del viejo Oeste, con una recua de matones apostados en la barra, Sergio Leone gritando «¡acción!» y Ennio Morricone disimulando al piano y cediendo el protagonismo a su amigo de la infancia, Alessandro Alessandroni, el silbador original de aquellos spaghetti western.
Así es el maestro Morricone, 78 años y más de 500 bandas sonoras en su batuta: «Mis obras son secundarias a la importancia de los filmes. Mi música es en todo caso un gentil acompañamiento; todo el mérito es de las películas».
Pasolini, Pontecorvo, Bertolucci, Leone, Tornatore, Terrence Malick, Oliver Stone, Brian de Palma, Barry Levinson, Almodóvar (Atame)... Pocos directores han escapado al poderoso influjo del hombre que, con el permiso de John Williams, es la encarnación de viva de la música en el cine, o del cine en la música.
«La verdad es que cuando me cae un encargo me preocupo, me preocupo enormemente», reconoce. «No sé por qué, pero pienso que si una película no tiene éxito es también mi responsabilidad. Me meto en el proceso casi tanto como el director, y tengo unos nervios tremendos cuando se estrena».
Cinco veces, cinco, ha estado nominado a los Oscar el maestro Morricone, y siempre se ha marchado de vacío, en una injusticia comparable a la cometida con su paisano remoto Martin Scorsese.
Este año, los dos tienen finalmente la ocasión de resarcirse. En el caso de Scorsese, la cosa está por ver. Ennio Morricone tiene ya escrito su nombre en el Oscar honorario como reconicimiento a su carrera que le entregarán Robert de Niro y Clint Eastwood. Celine Dion cantará esa misma noche I knew I loved you, de la banda sonora de Érase una vez en el Oeste, arropada por la orquesta de Quincy Jones, que también ha hecho suya una de las composiciones del maestro en un disco que suena a declaración colectiva de amor: We all love Ennio Morricone (a la venta el 20 febrero).
Al grupo de aduladores se han unido Bruce Springsteen, Herbie Hancock, Roger Waters, Yo Yo Ma y Metallica, con esa versión del Ecstasy of gold con la que abrían sus conciertos. Tan sólo han faltado a la cita los llorados Ramones, que silbaban a su manera El bueno, del feo y el malo para ir abriendo boca en muchos de sus conciertos.
«Se trata de un disco brillantísimo, variadísimo... y nada homogéneo», admite el maestro Morricone. «Pero ésa es su gran virtud: tantos estilos y tan distintos, uno tras otro... Me he tomado la licencia de llenar los vacíos entre tema y tema, con pequeñas composiciones que los van hilvanando. El disco se escucha al final como una suite ininterrumpida de una hora y diez minutos».
Antes de su viaje a Hollywood, Morricone ha querido pasar por el purgatorio de Nueva York, para trabajar mano a mano con Brian de Palma (con quien ya se estrenó en Los intocables de Eliot Ness) y debutar con la orquesta Roma Sinfonietta y el coro polifónico Canticorum virtuosi en el Radio City Music Hall de Nueva York. El Museo de Arte Moderno (MoMA) se rinde también estos días a sus pies con su particular homenaje y una serie de proyecciones especiales encabezadas por La batalla de Argel.
Y aún hay más: Morricone se trae bajo el brazo una composición aún inédita en Nueva York, Voces del silencio, escrita como homenaje a las víctimas del 11-S, que será interpretada el viernes en un concierto de bienvenida al nuevo secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon. «Se trata de una pieza inspirada en la música litúrgica francesa», se explica Morricone, «que concilia el dolor de la tragedia y el espíritu de la paz».