Miércoles, 31 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6254.
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 MUNDO
GIORGIO NAPOLITANO Presidente de la República de Italia
«Renegociar ahora la Constitución Europea sería abrir la caja de Pandora»
EDUARDO SUAREZ

MADRID.- Si cada ciudadano francés hubiera compartido en 2005 un café con Giorgio Napolitano, quizá el tratado constitucional no se habría transformado en ese fantasma que hoy recorre Europa. Inteligente, pausado, reflexivo, el tono del presidente italiano podría haber atraído a los indecisos y convencido a los reticentes y habría reconfortado a quienes, dentro y fuera de Francia, anhelan líderes que tomen el mando de la construcción europea.

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«Si decidiéramos iniciar una nueva negociación, se abriría una caja de Pandora y tendríamos que volver a empezar», asegura Napolitano sobre una hipotética salida del laberinto planteado por el no de franceses y holandeses a la Constitución Europea. Después de un tiempo de reflexión, la Presidencia alemana se propone ahora relanzar el texto, que ya ha sido ratificado por 18 estados miembros, entre ellos Italia y España. «Se dice que ésta era una pausa de reflexión. En el último año y medio ha habido seguramente una pausa, pero no se ve dónde ha estado la reflexión».

El presidente italiano compartió ayer sus opiniones sobre la Unión con un puñado de periodistas. A sus 81 años, mezcla a partes iguales pasión y razón, fragilidad y firmeza. Le gustan los cruasanes y el café ristretto. Y sus modales aristocráticos no son una leyenda: si no formara ya parte de la galería de estatuas del siglo XX italiano, uno nunca diría que está ante un viejo militante comunista sino tal vez ante el último rey de la Casa de Saboya, con quien le han comparado en tantas ocasiones.

Napolitano es un buen conversador. En su voz suave pero profunda se adivina el jovenzuelo que interpretaba Yeats o Joyce en teatros de su ciudad cuando estudiaba Derecho y cultivaba la amistad de Neruda en la vecina Capri. Lejos quedan también los tiempos en los que le apodaban Giorgio el flaco -el gordo era su maestro, Giorgio Améndola- o aquéllos en los que sus compañeros del PCI se referían a él despectivamente como migliorista por adoptar lo que consideraban un posibilismo descafeinado y posponer indefinidamente la revolución.

Diga lo que diga Berlusconi, hace mucho que Giorgio Napolitano dejó de ser un comunista para formar parte del patrimonio intelectual de la izquierda europea, que lo venera como el penúltimo santón de la socialdemocracia, a la que no perteneció hasta los años 90 pero de la que siempre de algún modo se sintió parte.

Pero el presidente italiano es por encima de todo un férreo europeísta que no se cansa de subrayar los logros de la UE: «No es sólo una cuestión económica. Lo fundamental es que se ha consolidado la paz en el corazón de Europa y que se ha alcanzado una meta difícilmente imaginable hace una década: una Europa completamente unificada -salvo en el ámbito balcánico- dentro de los principios de libertad, democracia, tolerancia y respeto a la diversidad». Napolitano añade: «Pensemos qué hubiera podido suceder en los países del Este después de la caída del Muro. En algunos de esos estados podrían haberse encendido graves tensiones de carácter étnico si no hubiesen tenido el punto de referencia de la Unión Europea y el objetivo de ingresar en ella».

En ese trance se encuentra ahora Turquía, cuya posible admisión ha levantado ampollas en algunos países comunitarios. Al contrario que Merkel o Chirac, Napolitano no pone objeciones: «Hay quien empieza a hablar de un estatus de relación privilegiada, pero la posición italiana es que la negociación termine con la plena adhesión de Turquía a la UE».

Más acuciante es la crisis provocada por el no de Francia y Holanda a la Constitución Europea. Napolitano aplaude los esfuerzos de la Presidencia alemana pero verbaliza una premisa que resulta evidente: «Sin conocer la propuesta del nuevo presidente francés [el que saldrá de las elecciones de abril] es difícil ser pesimista u optimista».

Pero para el presidente italiano el gran problema no es París sino el egoísmo de cada uno de los estados miembros: «A veces se dice del tratado: rechacémoslo todo y salvemos la sustancia. Ahora bien, el riesgo de seguir ese método es que en la nueva negociación cada país querrá barrer para casa y a la hora de cortar puede haber problemas».

De lo que no tiene duda es que el euroesceptisimo es una enfermedad que tiene cura y que el remedio lo tienen los políticos, no la gente de a pie: «Si los líderes son tímidos y nebulosos, tienen miedo de comprometerse, si no comunican bien los logros de la UE, crecerá el desconcierto y la perplejidad de los ciudadanos». «Cuando convergió el esfuerzo de Jacques Delors en la comisión», añade, «y el de líderes como Kohl o Mitterand en los estados se hicieron grandes cosas y hubo un buen clima europeo».

Giorgio Napolitano cumplirá en junio 82 años. Exactamente 32 más que el Tratado de Roma. Sería una paradoja que el discurso lúcido y sosegado de este anciano político italiano consiguiera reanimar el alma de la vieja Europa. Lo logre o no, al menos ayudará a evitar que el fantasma de un tratado ahora en peligro siga recorriendo Europa.

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