Miércoles, 31 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6254.
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La moto de Sarkozy Jr. calienta el debate político en Francia
Centristas y socialistas condenan los medios que ha utilizado el titular de Interior galo para arrestar a los ladrones del ciclomotor de su hijo
RUBÉN AMON. Corresponsal

PARIS.- Robar la moto al hijo del ministro del Interior puede convertirse en una fatalidad. Que se lo digan a los tres muchachos arrestados en París después de haberse cotejado sus análisis de ADN con los rastros personales que dejaron en el ciclomotor antes de abandonarlo en un parking.

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Ahora van a ser procesados, aunque el despliegue policial empleado para capturarlos ha tenido un efecto contraproducente en la campaña presidencial de Nicolas Sarkozy. No sólo porque el candidato del partido gubernamental (UMP) se resiste a abandonar el cargo ministerial. También porque ha empleado a su favor métodos investigativos que suelen relacionarse en los crímenes irresolubles y de gran presupuesto.

No parece el caso del ciclomotor sarkozyano. De hecho, las estadísticas oficiales demuestran que en Francia únicamente se dilucidan 6.908 de los 85.167 casos de motos robadas anualmente. Y, por supuesto, nunca se recurre a los procedimientos genéticos para localizar a los ladrones.

Las pruebas cuestan 300 euros por sospechoso. O sea que los tres chavalotes puestos a disposición judicial -dos de ellos son menores de edad- han supuesto al erario público un desembolso de 900 euros.

La noticia ha escandalizado en los acuartelamientos rivales. Dice la familia socialista que el comportamiento de Sarkozy es estrictamente inmoral, aunque los mayores reproches llevan la firma de François Bayrou, líder de un partido centrista (UDF) y candidato al Elíseo con opciones de sumar un 10% de los votos en el primer turno (22 de abril).

«El caso de la moto no es una anécdota. Es una demostración de que nuestro ministro de Interior se maneja con dos pesos y dos medidas. ¿Cómo pueden emplearse tales medios para seguir la pista de unos ladronzuelos?». No es demasiado ejemplar que un candidato a la presidencia de Francia se valga de su poder para colocarse encima de los ciudadanos», señalaba Bayrou sin miedo a añadir más prosa al vodevil de la campaña.

El cacharro en cuestión era un ciclomotor italiano de 50 centímetros cúbicos desprovisto de seguro de robo. Sarkozy junior lo había dejado aparcado en la puerta de la casa materna el pasado 7 de enero y denunció a la policía del contratiempo citando sus nobilísimos apellidos.

Los sabuesos de Sarko lo encontraron accidentalmente en un garaje. Estaba abandonado y bastante deteriorado, aunque, al menos, alojaba suficientes rastros humanos para localizar el mapa genético de los ladrones.

La desproporción de la estrategia policial redunda en la campaña de golpes bajos que se despachan los aspirantes al Elíseo. Sarkozy mantiene una posición de liderazgo en todas las encuestas -las últimas le dan un 54% de intención de voto en el segundo turno-, pero arrastra con cierta dificultad el problema del conflicto de intereses: ¿puede un ministro de Interior compaginar su trabajo con la misión de candidato?

En defensa de una respuesta negativa, el grupo socialista ha solicitado amparo al Consejo Constitucional para que amoneste oficial e institucionalmente al jugador de las dos barajas. Con más razón después de haber trascendido la semana pasada que una cuadrilla de funcionarios de los Servicios de Información (RG) se dedicó a investigar la vida y la obra de un líder ecologista asociado al equipo de Ségolène Royal.

«Estamos delante de un caso flagrante de confusión de las funciones. Creemos inaceptable que Nicolas Sarkozy permanezca al frente de Interior. Es una agresión a la ética que debe prevalecer en el Estado», señalaba ayer Jean-Marc Ayrault, en nombre de los diputados del Partido Socialista.

El contraataque de la izquierda ha encajado estos últimos días algunas fisuras inesperadas. Empezando por la conversión al sarkozysmo de una serie de intelectuales tradicionalmente vinculados a la progresía.

El caso más representativo es el de André Gluksmann, orgulloso de la estatura de Estado del líder del UMP, aunque también se ha sumado la voz de Max Gallo, antiguo símbolo socialista y escritor de fama planetaria reciclado en los personajes más carismáticos de la Historia de Francia.

Digamos que ha cundido el miedo a Ségolène Royal y han preocupado sobremanera sus últimos deslices. De hecho, Michel Wieviorka, presidente de la Asociación Internacional de Sociología (AIS) y referencia intelectual de la izquierda, publicó en Libération un artículo donde afirmaba votar a la candidata socialista pese a no querer hacerlo y en contra de cualquier predisposición natural.

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