En sus más de 5.000 años de tradición, el yoga ha servido para desperezar a los príncipes, fortalecer la mente de los monjes y llevar a «un mundo mejor» a los hippies. Bill Clinton lo utilizó durante su presidencia para quitarse el estrés y Madona lo cita para agradecer su figura. El yoga es paz, tranquilidad y espiritualidad. Y, estos días, motivo de agria polémica también.
La gimnasia hindú pasa por momentos de crisis precisamente en su cuna, la India. La decisión de las autoridades de la región de Madhya Pradesh de añadir clases de yoga al currículo escolar ha reabierto las viejas divisiones religiosas y ha devuelto a la actualidad el debate sobre los valores seculares de la nación.
Cristianos y musulmanes se han unido para criticar la imposición del yoga como el penúltimo intento de los nacionalistas hindúes de crear una sociedad monocultural basada en la religión mayoritaria. El enfrentamiento se ha centrado en 10 movimientos conocidos como Surya Namaskar, el Saludo al Sol que se acompaña de cánticos hindúes y que ha estado históricamente ligado al hinduismo. ¿Tienen los alumnos la obligación de sumarse a esta práctica?
El Alto Tribunal de Madhya Pradesh ha declarado inconstitucional la medida al violar el artículo que establece la separación entre Estado y religión. La decisión vuelve a recordar las dificultades de mantener la armonía en un país de 1.100 millones de habitantes y gran diversidad étnica, cultural y religiosa.
Lo que en un principio había sido pensado para atajar los crecientes problemas de obesidad entre los más jóvenes ha degenerado en un enfrentamiento frontal entre dos concepciones nacionales opuestas.
A un lado se han situado quienes abogan por mantener sin fisuras la tradición secular india que dejó en herencia el padre de la nación, Mahatma Gandhi. Al otro quienes sueñan con hacer realidad la Hindu rashra o Nación Hindú, un Estado donde la religión de la mayoría dicte la agenda nacional y guíe la vida de sus ciudadanos.
Los partidarios más radicales del movimiento de la Nación Hindú consideran que los cristianos y musulmanes son conversos que en un tiempo fueron hindúes y tarde o temprano tendrán que aceptar la supremacía de su religión natural.
Las ambiciones de los nacionalistas chocan, sin embargo, con la realidad del país con la mayor población musulmana fuera del mundo islámico -160 millones de fieles- y el avance del cristianismo entre los más desfavorecidos.
Los seguidores de las diferentes interpretaciones de lo que debe ser la India han defendido sus posturas en el pasado con graves episodios de violencia sectaria, un recuerdo que hace que la clase política viva con aprehensión cualquier disputa de carácter religioso. La resolución judicial ha tratado de contentar a ambos bandos: la medida que incluye el yoga en las escuelas no se prohíbe, pero pasa a ser voluntaria.
El gobernador regional Shivraj Singh Chouhan, del partido nacionalista Baratiya Janata, ha tratado de calmar los ánimos asegurando que su decisión no tenía ningún significado religioso.
«El yoga ayuda a mantener en el cuerpo y la mente en buena salud», ha dicho Singh recordando su objetivo de que los niños hagan más deporte. Las autoridades aseguran que el Saludo al Sol sirve para ejercitar todos los músculos, da flexibilidad a la columna vertebral y prepara la mente para otras actividades.
El compromiso alcanzado con la ayuda de los jueces se puso a prueba la semana pasada y decenas de miles de niños comenzaron a realizar sus ejercicios de yoga en los colegios de Madhya Pradesh. Los alumnos pueden decidir si desean sumarse al Saludo al Sol o realizar otro tipo de ejercicios. El hecho de que la mayoría se uniera a las clases, saludando o no al Sol, demuestra que al menos hay una coincidencia general.
El yoga forma, más allá de interpretaciones religiosas, parte inequívoca de la nación india.