CARMEN RIGALT
Hay gente -periodistas y así- que utiliza el odio como fuente de inspiración. Se trata de personas resentidillas (el diminutivo hace menos sangre) que digieren mal sus fracasos. Para ellas, todo éxito ajeno es un fracaso propio. Cuando les da el apretón, se suben a la columna y reparten estopa. Yo podría ser una de estas personas porque tengo la mano ligera y también atizo mandobles con facilidad, pero mi tránsito intestinal va estupendamente y no necesito refugiarme en el inodoro a escribir las columnas. Soy faltona por naturaleza, pero no gasto odio. Manías sí, todas las que quieran. Las personas que me caen gordas van de culo.
El odio es un sentimiento intenso y vivísimo que requiere mucha energía. Normalmente viene en tromba y arrambla con todo, como un tsunami. No hay nada más gozoso que asistir a un cruce de artículos entre dos escritores enfrentados por el odio. Los escritores y periodistas se odian, y los arquitectos, los pintores, los actores. Todos. Pero la cosa no sólo va por gremios. También por géneros. Cuando las mujeres odian, hay que echarse a temblar. Lo que más odia una mujer es otra mujer. Esto no suelo reconocerlo porque me lo impide la militancia de género, pero es así.
A las mujeres nos resulta fácil criticar a otras mujeres. Hay en esa tendencia una rivalidad tribal, primaria, de cuando sólo éramos machos y hembras. Si una mujer de mi profesión me llama «querida compañera», toco madera. Seguro que por detrás me pone pingando. Tomaré como ejemplo el caso de la mujer rodaballo, que ha hecho del odio un estilo de vida. Los rodaballos tienen los dos ojos en el mismo lado, y no vean en esto una metáfora picasiana, sino una realidad morfológica. La mujer rodaballo posee una inteligencia tan parcial como el espacio que abarca. No ve más allá porque no puede. El nombre del pez lo he puesto por asociación de ideas. Sé de una mujer que se metió al quirófano para reducirse tripa, y cuando preguntó qué cantidad de grasa le habían rebanado, el médico abrió las manos como midiendo un grueso bulto y dijo: «He quitado un rodaballo». Pasado el tiempo, el rodaballo volvió a crecer y hoy en día la dama tiene una piscifactoría en el abdomen.
Además de la mujer rodaballo existe el hombre rodaballo, que también se alimenta de miserias ajenas para desviar la atención de las propias. Este ejemplar tiene poco peso específico. Normalmente, detrás del hombre rodaballo suele haber una mujer ballena.
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