Miércoles, 31 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6254.
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 OPINION
Obituario / YELENA ROMANOVA
Medalla de oro en Barcelona '92
CARLOS TORO

La muerte repentina de un deportista retirado pero todavía una persona joven convoca de nuevo a los fantasmas del dopaje, ese asesino paciente que suele aplazar el pago de su siniestra factura. Con todas las reservas y cautelas del caso, con todos los beneficios inherentes a todas las dudas posibles, el nombre de la atleta Yelena Romanova (de soltera Malykhina) nos conduce inevitablemente a esa reflexión.

Romanova, nacida el 20 de marzo de 1963 en la región de Nezhenskoye Voronezh, en Kazajistán, llamó la atención del atletismo internacional cuando, en 1987, se impuso en los 3.000 metros de la final del Grand Prix. Un año más tarde, en los Juegos Olímpicos de Seúl, acabó en cuarta posición en esa misma distancia. Sus primeras medallas llegarían en 1990, en el Europeo de Split: plata en los tres kilómetros y, sobre todo, oro en los 10.000 metros, distancia a la que súbitamente ascendió con sorprendentes resultados y de la que posteriormente se olvidó en la gran competición. Otra plata, esta vez en el Mundial de Tokio, en 1991, confirmaba la existencia de una atleta sólida, típico producto de la larga, ancha y profunda escuela del atletismo soviético.

En Tokio, y de nuevo en los 3.000, se había inclinado ante su compatriota Tatiana Dorovskikh, quien, con el apellido Samolenko, también había ganado el oro en el Mundial de 1987 y en los Juegos Olímpicos en Seúl, en 1988. En Barcelona, sin embargo, se invertirían las tornas en una edición de los Juegos caracterizada por la desaparición de la Unión Soviética. Doce de las ex repúblicas de la URSS compitieron bajo el nombre de Confederación de Estados Independientes (Equipo Unificado), aunque en los mástiles, a la hora del reparto de honores, ondearan las banderas del país respectivo de cada medallista y se escuchara el himno nacional correspondiente. La Confederación sólo era un nombre provisional, una nación ficticia sin himno ni bandera.

Romanova, aunque kazaja, vivía en Volgogrado (antigua Stalingrado hasta 1961) y era deportivamente rusa. Impuso casi sobre la línea su demoledor final ante Dorovskikh, una ucraniana. Un año después, en junio, Dorovskikh era castigada por consumo de esteroides.

Ese oro constituyó la cumbre en la carrera deportiva de Romanova. Al año siguiente, la aparición de las chinas, que destrozaron los récords de las distancias que iban desde los 1.500 metros hasta los 10.000, la relegó a un segundo plano. Sólo pudo ser sexta en el Mundial de Stuttgart, por delante de una Paula Radcliffe que hacía sus primeras armas internacionales. Ya en los 5.000 metros, distancia que sustituyó a los 3.000 en el programa femenino, alcanzó de nuevo a ser sexta en los Juegos de Atlanta (1996), por detrás en esta ocasión de la misma Radcliffe, que proseguía su todavía incierto camino hacia la cumbre maratoniana del atletismo mundial.

Madre de un hijo nacido en 1984, Romanova (1,60 y 50 kg.), también medalla de bronce en el Mundial de Cross de 1990, fue sobre todo una atleta competitiva por encima de una coleccionista de grandes marcas. Su tope personal en 3.000 se detuvo en 8:30.45, un registro por encima de, por ejemplo, los 8:28.80 de Marta Domínguez. En 10.000 marcó 31:46.83, números también peores que los de Julia Vaquero (31:14.51) y, de nuevo, Marta Domínguez (30:51.69).

Yelena Romanova, atleta, nació el 20 de marzo de 1963 en Nezhenskoye Voronezh (Kazajistán) y falleció el 28 de enero de 2007 en Volgogrado (Rusia).

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