Por pintar sobre reproducciones de Goya, inventarse una talla de madera de un ser primitivo comiéndose unas patatas de esa hamburguesería americana o transformar maniquíes en los seres más inmundos que imaginarse pueda, los hermanos Chapman, Jake y Dinos, se han hecho un nombre en esto del arte moderno. Guste o no, tienen su espacio, su público y sus exhibiciones en los escenarios más deseados.
Ahora, en Londres, les han dejado una sala entera de la Tate Britain para exponer ingenios de bronce que provocan o indiferencia o risa o tristeza o asco o pena o todo a la vez.
Los Chapman tienen el propósito de explicar que lo que presentan es algo así como una alegoría de cómo los rinconces insondables del cerebro crean sueños incontrolables que, obviamente, siempre están ligados al sexo. Freud, pero mucho más allá, bronces y cutre.
Cerebros cubiertos de gusanos que reciben los golpes de martillos o son trepanados por una taladradora o atravesados por jeringuillas para producir sueños eróticos que más bien parecen torturas. Penes en busca de vaginas también llenas de anélidos, falos seccionados, bocas en busca de pezones que los alimenten.
En la sala se distribuyen 10 obras, cada una con su absurda explicación. Pero lo mejor es levantar la vista y encontrarse con una suerte de ubre inflada de la que cuelga un trozo de cuerda en cuyo extremo hay un gallo colgado por el cuello. ¿Se habrá suicidado? ¿Quizá al ver lo que había bajo sus patitas?
Los Chapman están encantados de ser los representantes de eso que ellos mismos califican de «arte malo para gente mala», como dice la muestra que desde hace meses triunfa en la Tate de Liverpool. De acuerdo en lo primero. Sin duda. Algo tiene gracia, pero cuando se ve el tercer, cuarto, undécimo cerebro lleno de gusanos siendo torturado por cualquier herramienta encontrada en el garaje para mandar señales al pene correspondiente diciéndole que busque el objetivo adecuado, pues, en fin.
Pero los Chapman triunfan, tienen éxito. Y con sus exámenes aprobados en la escuela de arte. Y con gente que se queda extasiada y toma apuntes al natural de esos artilugios que, hay que reconocerlo, al cabo de un rato tienen su punto.
Los Chapman encuentran sus inspiraciones en Goya (en Los desastres de la guerra) y en el surrealismo y el dadaísmo. En When humans walked the earth, que así se llama la muestra de la Tate Britain, algo así se deja traslucir. Esta muestra es una de esas clásicas consecuencias del proceso creador de Jake y Dinos: vuelven a una obra de hace años, en este caso Little Death Machine (1993), y recrean un mundo más amplio, más pensado.
En When humans... los hermanos tratan de llevar a los espectadores por el complejo mundo de los sueños. Consideran que sus máquinas imitan estados psicológicos o biológicos habituales: respirar, copular, morir. Lo dicho, Freud en bronce.
Surrealista, quizá. Dadaísta, no cabe duda. Ahora, que Clarrie Wallis, la responsable de la muestra, trate de buscar una explicación a lo que se ve en esa sala, roza el delirio. Lean: «Están cuestionando la relación entre el hombre y la máquina y entre la máquina contra la naturaleza, que ellos creen falsa oposición».