La madre ciega de Carlos Alonso Palate ya ve. Recién operada de cataratas, María Basilia Sailema ha podido recuperar la vista, pero nada ni nadie le devolverá a su hijo, asesinado en el último atentado de la banda terrorista ETA.
María Basilia aterrizó el pasado domingo en el aeropuerto de Barajas, el mismo lugar donde su vástago perdió la vida el fatídico 30 de diciembre. Ha pasado de su tranquila vida en San Luis de Picaihua, una aldea pobre y mísera situada en el centro andino de Ecuador, a tener la agenda más apretada que un ministro. Homenajes en la Casa de América, reuniones en el Ministerio de Trabajo y el de Justicia para arreglar los papeles y la concesión de la nacionalidad española, entrevistas con las federaciones de inmigrantes...
Pero ella está ausente. No se acostumbra a este ritmo trepidante y está deseando volver a su aldea natal. «Yo me quiero ir a Ecuador. Estoy acostumbrada al campo. Aquí es ciudad y estar encerrada en un cuarto. Allí caminar, estar solita y conversar con el vecindario», relata a este diario con nostalgia.
Sigue fiel a su poncho, a su sombrero y a su origen indígena. La madre de Palate habla un castellano difícil de entender y plagado de ¿mande?, cuando no entiende la pregunta de la periodista. La familia está alojada en un hotel madrileño donde permanece acompañada por el director general de Apoyo a las Víctimas, José Manuel Rodríguez Uribes, que lleva un mes dedicado por completo a los parientes de Palate y a los de Diego Armando Estacio, la segunda víctima mortal de ETA.
María Basilia tiene 60 años, aunque aparenta bastantes más. La dura vida en Picaihua y las huellas de la tragedia se palpan en su rostro envejecido. Se quedó ciega hace 30 años, su marido era alcohólico, su hijo Luis Jaime tiene graves problemas de vista, y su otro vástago, Geovany, sufre ataques epilépticos. Toda una cadena de desgracias que se suma a una pobreza extrema, que tan sólo era paliada por los envíos periódicos de dinero que realizaba Carlos Palate, el sostén económico de la familia.
Con el entierro aún reciente, a Basilia se le saltan las lágrimas cuando se acuerda de él: «Lo mío es un dolor, un sentimiento. En primer lugar, perder a mi esposo, perder a mi suegro y perder a mi hijo, que era el padre de la casa. Nunca lo olvidaré», se lamenta entre sollozos.
A diferencia de ella, sus tres hijos sí quieren comenzar una nueva vida en España. La familia -que recibirá una indemnización de 240.000 euros- se trasladará el martes a Valencia, donde vivía el fallecido y donde residen sus tíos, como Segundo Oswaldo, muy cercano a ellos.
Allí, Luis Jaime, María Elvia y Geovany piensan poner el contador a cero y que la suerte les sonría de una vez por todas. Luis Jaime, que fue el que vino desde Ecuador cuando todavía no se había hallado el cuerpo de su hermano, quiere ponerse rápido a buscar un empleo. Al menos, no tendrá problemas de papeleo porque el Gobierno les ha concedido la nacionalidad española.
El joven, de 25 años, no oculta su preocupación por su madre y desea que permanezca a su lado en España: «Estoy más tranquilo si se queda aquí. Si se vuelve, va a estar sola. Tiene que resignarse y recuperarse poco a poco. Aunque lloremos, nunca nos devolverán a mi hermano», dice Luis Jaime, que no ve de un ojo. La ONCE se comprometió en su día a ofrecerle un empleo, pero todavía no se ha puesto en contacto con él.
A su lado se encuentra Geovany con tres años menos y que ha hecho de todo para ganarse la vida: «No me gusta decir no. He realizado todo tipo de trabajos barriendo, haciendo zapatos...», enumera con orgullo. Sin embargo, no quiere trabajar en el campo porque, según apostilla, «es muy irregular y muy matado».
La tercera hermana, María Elvia, está deseando poder traerse a sus dos hijos, a los que tuvo que dejar en su país. No se separa ni un momento de su madre, que todavía no se ha recuperado de la reciente operación de cataratas, sufragada por el alcalde de Ambato en Ecuador.
María Elvia se muestra sorprendida por los actos en solidaridad y en recuerdo de su hermano. «Nos sentimos acogidos. Acá el mundo es muy distinto y todo va muy rápido», aclara. Curiosamente, lo que más les está costando es adaptarse a la comida española, aunque Geovany tiene un apetito voraz: «Aquí la comida es muy diferente. Allí nos tomamos nuestra sopa, nuestro arrocito y un cubo [zumo]», explica Elvia.
Rodríguez Uribes les acompañará el martes a Valencia para que vean la playa de la Malvarrosa y el mar, ya que será la primera vez que lo contemplen. A pesar de la desgracia, una brizna de esperanza se abre para la familia Palate.