Sábado, 3 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6257.
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EL DISCURSO DE LA SEMANA
Lenguaje de signos, política de gestos
LOURDES MARTIN SALGADO

...«Buenos días. Muchas gracias por venir. Hoy queremos presentarles las líneas básicas de un programa para conseguir un Madrid nuevo, abierto, sin barreras»...

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-Mensaje de Miguel Sebastián con el lenguaje de signos (31/1/2007).

El pasado miércoles el candidato a alcalde de Madrid por el Partido Socialista comenzó uno de sus discursos de campaña con el lenguaje de los signos. Fue un mensaje muy breve, exactamente de 23 palabras, pero incluso eso hay que saber hacerlo. Por tanto, vaya por delante la enhorabuena a Miguel Sebastián y el ánimo para que cumpla su promesa de seguir aprendiendo.

Su ejemplo nos brinda además una magnífica ocasión para hablar de la política no ya de signos sino de gestos. Nos guste o no, en una democracia tan dependiente de los medios, los gestos son inevitables. Ante la sobreabundancia de información, los políticos o, por delegación, sus asesores se rompen cada día la cabeza para encontrar fórmulas originales con las que conseguir la cobertura mediática. Los programas electorales son al fin y al cabo limitados, en general aburridos, tremendamente repetitivos e incluso se parecen extraordinariamente a los del adversario. ¿Cómo conseguir la atención del respetable para semejantes tochos? Para eso están los gestos.

A veces, el partido ni siquiera aspira a dar a conocer su programa cuando se da cuenta de que el gran desconocido es su candidato. Es lo que el marketing político denomina un problema de reconocimiento del nombre, un handicap tan marcado en el caso de Miguel Sebastián que la sabiduría popular ha hecho chistes al respecto. Lo mismo le ocurría, por cierto, a quien le precedió en la candidatura capitalina hace cuatro años, Trinidad Jiménez, que combatió ese punto débil elevando al debate público una decisión interna de la campaña: ¿capto más votos con chaqueta de traje o en chupa de cuero? Su partido nunca reconoció que detrás de aquella filtración había una estrategia, pero el caso era de libro. Y no cabe sino recibir con agrado que el nivel de seriedad en los gestos se haya elevado con Sebastián.

Su estrategia es, cuando menos, pertinente. Mientras ni el mejor consultor sería capaz de vincular el fondo de armario con las preocupaciones de los madrileños, el comienzo del discurso de Sebastián servía eficazmente para enfatizar y hacer más memorable una parte de su discurso: que desea un Madrid «sin barreras» y para ello se propone, entre otras cosas, crear un Consejo Municipal de la Discapacidad. Si de paso consigue una mayor cobertura mediática y unas golosas imágenes para la televisión, no cabe por ello sino felicitar a su equipo de campaña.

Gestos como el de Sebastián pueden tener además un beneficio que no debería contabilizarse en votos. Al fin y al cabo, más allá de la eficacia retórica, sería ridículo pretender que el candidato socialista tiene una mejor política para los discapacitados por el hecho de que él aprenda -poco o mucho- la lengua de los sordos. Tan absurdo al menos como inferir que Gallardón tendrá una mejor política familiar porque tiene esposa e hijos.

El beneficio es simbólico, como lo es buena parte de la política. Tal y como explica Erving Goffmann en su clásico La presentación de la persona en la vida cotidiana, todos tenemos un deber de gestionar la impresión que causamos en los demás, y hacer un esfuerzo para que esa impresión sea buena, lejos de constituir un ejemplo de manipulación, debería ser positivamente valorado: «Si no tratáramos nunca de parecer algo mejor de lo que somos, ¿cómo podríamos mejorar o formarnos desde fuera hacia dentro?».

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