El personal ya tiene para hablar de Miguel Sebastián. Su propuesta de los tranvías, que no es nueva, le suena al madrileño a regreso al pasado, y lo de la peatonalización de una buena parte de la Gran Vía le huele al paisano, más después de la reconversión del cine Avenida en almacén, a una medida que propiciará un inmenso Centro Comercial, y nunca mejor dicho.

Tal vez ése sea el futuro, salga Sebastián del bombo o Gallardón, pero es obligado cuidar al ciudadano más que al consumidor. Salga el que salga. Es el signo de los tiempos, lo sabemos, pero el deber de los regidores, tal y como vamos, es hacer ciudad para el ciudadano.

Madrid está cambiando; está cambiando de piel, sobre todo por la creciente inmigración, a la que hay que situar en la ciudad, no en un gran almacén. Y los sucesos de Alcorcón, sin ir más lejos, nos tienen que alertar. En este momento, los inmigrantes que llegan a Madrid, y a las ciudades de nuestra Comunidad, bien es verdad que vienen a trabajar duro, y lo están haciendo, colaborando en nuestro desarrollo. Pero ya sus hijos se están educando en las mismas aulas que los hijos de los madrileños. Y este capítulo es el esencial a la hora de hacer ciudad, porque en las aulas se comienza a hacer al ciudadano. Aguirre, sobre la que recae la parte del león de esta responsabilidad, lo sabe bien. Y Simancas lo confirma en Finlandia... Por eso, Sebastián y Gallardón han de ser cuidadosos a la hora de poner en hora la ciudad. La ciudad ha de ser del ciudadano, en Madrid capital y en Alcobendas o en Getafe. Si no, tendremos más Alcorcón.

Desventuras conyugales... En el Teatro Español se está poniendo una obra singular, Desventuras conyugales de Bartolomé Morales, una recreación en La Mancha de un texto del renacentista italiano Ruzante, que ha realizado con hondura y gracia Angel Facio, el gran impulsor en el franquismo del grupo independiente Los Goliardos.

Facio, que en su día montó un soberbio espectáculo que recorrió toda España en olor de multitud, Historias de Juan de Buenalma, interpretado de forma inolvidable por Paco Algora, ha vuelto a tomar la deriva de la profunda España de siempre, la rural, para mostrarnos, como en un espejo, una realidad cercana, que, hoy en día, las M-30, que llegan al fin del túnel de Gallardón, nos hacen olvidar. Un romance de ciego muy vivo es el que traza Facio alrededor de las desventuras conyugales de este Bartolo, al que le pondrán los cuernos el cura del pueblo, cuando es apresado por la Inquisición; un chulo, mientras él está en la guerra, o su mejor amigo, al tiempo que él convalece en un hospital a consecuencia de una paliza... La España rural hace reír al espectador a carcajadas. Nos seguimos viendo, en las creencias, en las guerras, en las violencias... Es, claro, aquella España que las gentes más sensatas de la Segunda República quisieron despertar a través de las Misiones Pedagógicas. Una acción llevada a cabo por los herederos de la Institución Libre de Enseñanza y que, en estos días, se recuerda en una exposición que Gallardón ha acogido en el Conde Duque bajo el título Las Misiones Pedagógicas. 1931-1936.

Aquellos misioneros... Organizada por José García-Velasco, presidente de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, es esta exposición una de las más importantes entre las realizadas en la Democracia. Fueron cinco años de labor que dejaron una profunda huella en España, hasta el punto de que muchas de las acciones que llevó a cabo el franquismo tuvieron en ella, a su manera, un modelo.

Uno de los frutos de aquella labor misionera, como destaca García-Velasco en el imprescindible catálogo, es «el reconocimiento que se hizo de los campesinos como ciudadanos con plenitud de derechos y del valor que para la construcción de la 'nueva España' atesoraban parte de los conocimientos y costumbres conservadas en el mundo rural».

Asombra la cantidad de visitantes que tiene esta exposición. Visitantes atentos, que se identifican con ella porque ven a sus padres, a sus abuelos, entre esas caras asombradas ante la proyección de una película en pleno campo o ante la reproducción de un Velázquez en un gran zaguán.

5.000 bibliotecas. Como indica su comisario, Eugenio Orozco Urtaza, «con más de cinco mil bibliotecas repartidas, fue la mayor campaña de lectura que jamás se hizo en España, y era interesante comprobar cómo a veces los escolares, llevando los libros a sus casas, movían a leer a sus padres y hermanos». ¡A leer a Sófocles! Ahora Esperanza Aguirre lanza su Plan de Fomento de la Lectura, a doce años con un presupuesto total de 500 millones de euros. ¡83.200 millones de las antiguas pesetas! Una lección aprendida por la liberal Aguirre de las gentes de la Institución Libre de Enseñanza. Eso es política, no un shopping...

La Institución tuvo figuras que ahora añoramos, como la de Francisco Giner de los Ríos, que tendría que estar más presente. ¡Ministerio de Educación, ojo! Manuel Bartolomé Cossío, que fue el mentor de las Misiones Pedagógicas, describía a Giner como «el maestro de alta cultura y de más alta formación moral, misionero por los campos y aldeas de España». Un gran personaje que llegó a exclamar, desde ese amor a las tierras de la piel de toro, algo verdaderamente lúcido y que no deberíamos olvidar: «¡El día que España esté a la altura de su paisaje!».

Es emocionante seguir la exposición y comprobar cómo en cinco años las Misiones Pedagógicas recorrieron España del País Vasco a Andalucía y de Extremadura a Valencia. Con su Museo del Pueblo, que contaba con reproducciones del Prado hechas por un Gaya, que además iba de cicerone. Con el Teatro del Pueblo, auspiciado por Antonio Machado, Casona o Salinas, llevando nuestro Siglo de Oro a las eras. Con proyección de películas, con audiciones de música con gramófonos y discos que se dejaban en los pueblos, con un servicio de radiofonía... Y sin olvidarse de una tarea fundamental, la formación de los maestros. Los maestros que tenían que enseñar ciudadanía.

Música, títeres... García-Velasco ha querido que en la exposición se reproduzcan actividades de las Misiones. Así, hasta mediados de marzo habrá música, títeres y marionetas en el seno de la más que atractiva exposición. Una exposición que nos hace reflexionar sobre aquellos republicanos, de izquierdas y derechas, que sintieron, con Costa, que España tenía que regenerarse, racionalizando su receta: «Despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid».

En la exposición se escribe el pensamiento de Américo Castro, que el cronista no duda en reproducir, por lo que nos puede enseñar: «Siempre habrá estos modos de producirse humanamente: abrir caminos por donde ni siquiera se sospechaba que pudieran trazarse, y afirmarlos y sostenerlos en buen uso. Lo primero es izquierda; lo segundo, derecha. La feliz combinación de ambas actividades integraría el volumen de eficacias y valías que permiten a una nación salir de la insignificancia y de la angustia». Miquelarena, toma nota. Y lo podemos discutir.