ADRIAN CORNEJO
Desfile. Varias bandas y comparsas de moros y cristianos procedentes de la Comunidad Valenciana inundaron el centro de Madrid en una comparsa organizada por Fitur para reivindicar el valor de esta fiesta histórica. Algunos miembros del espectáculo fueron al Congreso para proponer una iniciativa en favor de la declaración del festejo como Patrimonio de la Humanidad
Lo oyes? ¿No estás llorando? ¡El mismo sonido que en casa, pero en el centro de Madrid! ¡Todavía no me lo creo!», sollozaba una chica a su paisana por el móvil, tras varios segundos de sentida espera. La banda de su pueblo desfilaba desde la plaza de Callao al kilómetro cero, por la calle de Preciados. Iban tocando, acompañando a las huestes moras y flanqueados por un interminable pasillo de objetivos (cámaras de televisión, fotos y móviles), casi tantos como los curiosos que les abrían paso homenajeándoles. Eran aplaudidos, vitoreados, héroes por un día. Y sus paisanos no ocultaban su satisfacción máxima.
El caso se repetía en cada miembro de las orquestas o comparsas de 'moros' y 'cristianos' presentes. Todas ellas provenían de municipios del Levante español: Fitur (Feria del Turismo) les daba la oportunidad de reivindicar una de las fiestas más arraigadas en esta población con un desfile a la vista de todos. No desaprovecharon la ocasión. Primero, algunos moros y cristianos 'pincharon' a los políticos en el mismo Congreso, rompiendo una de sus lanzas en favor de la declaración de los moros y cristianos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Eduardo Zaplana, portavoz del Partido Popular, se hizo eco y presentó una proposición de ley en el Registro de la Cámara Baja.
Fue una conquista conjunta. La primera. Luego, tocaba hacer lo propio con el público: deleitar con el verdadero espectáculo. Éste comenzó con retraso, más del que cabría esperar de un espectáculo bélico, pero a lo grande. La marcha mora retumbó en las paredes de los centros comerciales y trasladó en un instante la esencia de lo tradicional a la calle de la moda y lo contemporáneo. Los metros más preciados de España (es la superficie más cara del país), sobre los cuales se suelen producir aglomeraciones más crematísticas, recibieron ayer a una multitud inspirada por el arte y movida por él. Las bolsas de moda y complementos se sustituyeron por una nube de cámaras de fotos que querían captar la explosión de color que generaban los trajes y el maquillaje de los protagonistas.
La música aderezó el espectáculo haciendo bailar a más de uno y extrañando a los numerosos turistas que se congregaron, expectantes, preguntando quién organizaba el evento y obteniendo, en la mayoría de los casos, un «no sé» por respuesta. Prácticamente todos los presentes se encontraron con la «agradable sorpresa» (a tenor de las declaraciones que hicieron) cuando pasaban por allí.
Hasta poco después de las 15.00 horas desfilaron las seis comparsas de moros (beduinos, omeyas, marroquíes...) y el mismo número de cristianos (mirenos, cruzados...). Cada una tenía una orquesta propia y una vestimenta diferente, que recreaba «con rigor histórico» (según uno de los participantes) los trajes que usaron moros y cristianos durante la época de la Reconquista, que es donde tiene su origen la festividad. Enormes turbantes y cascos, rifles, lanzas, bayonetas y armaduras vestían a miembros de uno y otro bando. En paz y armonía, sin ni siquiera una batalla simulada, desfilaron los moros, en primer lugar, y luego sus rivales, interrumpidos por la inesperada presencia de una horda africana mixta de negros y blancos que bailaba primitivas coreografías al son de la percusión que ellos tocaban. Un show lleno de fuerza y movimiento como el de los caballos de los cristianos, caracterizado por mujeres que se movían con inusitada habilidad imitando el galope de éstos, y cerrando el desfile en la desembocadura de Preciados a Sol.
Los moros y cristianos volvieron a casa (los municipios del Levante) instantes después del desfile. De Madrid se llevaron dos conquistas: el gusto popular y el poder ser Patrimonio de la Humanidad.
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