Eran pajaritas fecundadas, votos mexicanos, viciados, abultados, votos fraudulentos, votos mariposa transportados en costales de banana por los palafreneros de la oligarquía del cemento y los señoritos perdigones. No podían, ni pueden soportar, que un ciudadano ajeno a la estética del adobe metiera sus manos en el plato del mastín.
Florentino Pérez, el de las Torres Florentinas, puso a sus hombres de broza para sucederle y sucederse; luego, en una fiesta de panteras de los constructores, con su bolsa grande y llena, quisieron quedarse con el Real Madrid, el poder y la gloria, la primera marca española, el último mito universal. Algunos se gastaron 2.000 millones de legañas, pero ganó el que no tenía otros medios que su ensueño y sus amigos. Ganó, por la mínima, pero no reconocieron su victoria y le han paseado. Era, según los enemigos, interino, accidental, boceras, camelancias, farolero.
Seis meses después, la juez Milagros Aparicio no se ha dejado llevar por el monstruo de la camarilla que pedía que valieran las sacas preñadas y ha decretado la nulidad del voto chungo, que no será contado porque no hubo ni pulcritud ni control de las talegas. No se verificó, con limpieza, la identidad de los votantes ni la autenticidad de las firmas, que se hacían por aproximación o cotejo visual, entre la rúbrica estampada por el socio y la que constataba en la fotocopia patrañera del DNI. En resumen, son nulos y no deben contarse los 10.500 votos por correo, porque no hubo transparencia ni garantías en la custodia.
Ya dije este verano que los sastres dejan una señal en los trajes que cosen (midiéndote antes la entrepierna con el metro de tela), para que se sepa que no son de confección; los ojales de los botones de adorno no son simulados, sino hechos a mano, mientras que los que se compran confeccionados son de atrezzo. La foto en la que Ramón Calderón pedía el voto a los socios del Real Madrid para las elecciones del 2 de julio tenían la marca del sastre, con lo que dedujeron que era un candidato contrario a todos esos presidentes del fútbol con pinta de prestamistas, facinerosos, chabacanos que están convirtiendo el fútbol en un póquer de rufianes, en un gang de cloacas.
Ramón Calderón en los affiches tenía pinta de senador de Massachuset, y se veía que no era de la casta, del circuito; se definió por la ética en aquellas sucias elecciones y las denunció como un residuo de la mano larga, de las urnas embarazadas a la mexicana. Presentó ante una juez valiente, Milagros Aparicio, el escándalo del voto por correo. Lo más asombroso es que algunos han defendido ese procedimiento envilecido.
En estos meses, le han molido los huesos. Al final, Ramón Calderón, contra todas las tempestades mediáticas y campañas de acoso, ha ganado el partido. No siempre en España es verdad la opinión del clásico: donde no hay justicia, es peligroso tener razón.