«Siempre me he sentido culpable, culpable de no hacer nada por los demás. Y siempre me he sentido aterrorizado por una idea: la de ser inútil». Eso confesaba allá por 1963 Giancarlo Menotti a la periodista Oriana Fallaci. Y detrás de esa confidencia podría estar la explicación a la infatigable, densa y rica trayectoria profesional de este compositor, intérprete y fundador de numerosos festivales musicales, incluido el famoso Festival de los Dos Mundos de Spoleto, que el jueves falleció en Montecarlo a la edad de 95 años.
La suya ha sido una de las carreras más dilatadas que se conocen, y no sólo por su longevidad sino también por su precocidad. A los 11 años ya había escrito su primera ópera. A los 14 había completado la segunda, basada en un cuento de Hans Christian Andersen y que al parecer no estaba nada mal.
El compositor Umberto Giordano la oyó y se quedó fascinado. Tanto que animó al joven a estudiar en el Conservatorio de Milán. Menotti estuvo cinco años en esa institución, famosa por haber preparado a músicos de la talla de Puccini. Posteriormente, y siguiendo el consejo del maestro Arturo Toscanini, la madre de aquel joven prodigio decidió inscribirlo en el Curtis Institute de Filadelfia.
Fue en esa ciudad norteamericana donde la carrera de Menotti despegó y su nombre entró en las crónicas internacionales. Ocurrió e1 de abril de 1937, cuando su ópera de debut, Amelia en el baile, fue representada en Filadefia, con muy buena acogida por parte de público y crítica.
La receta del éxito de Menotti radicaba en su capacidad para conjugar la modernidad con un arte tan tradicional como la ópera. Sus composiciones eran una mezcla entre Italia y Estados Unidos, en el sentido de que eran capaces de conmover por igual a los entendidos en lírica que aspiraban a ver cosas nuevas como al público menos experto.
A partir de Amelia en el baile su ascenso fue imparable. En 1939 se descolgó con El ladrón y la soltera y en 1947 le llegaba la coronación definitiva, tras poner en escena en Nueva York la ópera en un solo acto El teléfono o L'amour à trois, donde con enorme maestría mezclaba el regusto clásico de la lírica con un tema de candente actualidad.
Pero si hubiera que destacar una partitura suya, muchos se quedarían con El Cónsul, estrenada en Filadelfia en 1950 y donde Menotti se permitía armonizar algo que a priori no hace un buen cóctel: la lírica y la política.
La obra, que se alzó con el Premio Pulitzer, estaba ambientada en un país europeo indefinido gobernado por un régimen policial. En aquellos días en los que el mundo vivía convulsionado por la Guerra Fría, ver al barítono John Soel dando vida al miembro de una red clandestina que lucha por la libertad, que resulta herido en un enfrentamiento con la Policía y que se ve obligado a huir abandonando a su esposa, causó furor. El Cónsul es sólo un ejemplo de la apabullante versatilidad de Menotti, capaz tanto de crear óperas de gran carga dramática como delirantes ópera bufas.
Pero por si su dilatada carrera como compositor no fuera suficiente, Menotti también fue un excelente organizador. La mejor prueba de ello es el Festival de Spoleto, al que bautizó como Festival de los Dos Mundos por su deseo de que sirviera para unir a través de la música los continentes europeo y americano. El festival fue y sigue siendo un punto de encuentro fundamental para la intelectualidad italiana. A partir de 1977 Menotti trasladó el Festival de Spoleto a Estados Unidos, dirigiéndolo allí durante 17 años. Y a partir de 1986 dirigió tres ediciones del evento en la ciudad australiana de Melbourne.
Giancarlo Menotti, músico, nació en 1911 en Cadegliano (Varese, Italia) y falleció el 1 de febrero de 2007 en Montecarlo (Mónaco).