Sábado, 3 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6257.
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LOS PLACERES Y LOS DIAS
Blas de Otero
FRANCISCO UMBRAL

El alcalde de Madrid, Don Alberto Ruiz-Gallardón, tuvo hace pocos meses, según mi archivo, un detalle fino con mi pueblo, o sea que se expresó, estuvo generoso y dijo así: «Éste es el Ayuntamiento más abundoso y dotado de la Comunidad; Majadahonda, hoy por hoy». Efectivamente, aquí tenemos de todo, con mucha marcha. Hasta tenemos un concejal que es un Foxá, un pariente de Agustín de Foxá, y tuvimos un poeta llamado Blas de Otero, en cuya muerte penetré como en el alma del pueblo, en la profundidad de esta majada que efectivamente es honda. Fue entonces cuando decidí venirme del pueblo inmediato y quedarme en éste, porque un ma- pa municipal tan nombrado no abriga dudas para mí. Desde entonces soy un buen majariego de Majadahonda. Y a los nombres que cito ellos añadieron el mío con un premio de novela que lleva mi nombre y es como una convocatoria para halagar a la «inmensa minoría», como hubiera dicho Juan Ramón Jiménez.

En estos días se ha vuelto a recordar aquí a Blas de Otero, el bilbaíno universal, con toda la violencia antifranquista y la belleza literaria de su verso privilegiado y fatal. Me lo había comunicado Blas en las Cuevas de Sésamo de antaño, que eran el existencialismo de Madrid cuando todo el mundo había leído El ser y la nada:

- Lo que tengo, Umbral, es un cáncer de testículo.

Así era de directo, sorpresivo y humanísimo Blas de Otero.

Nos quedó en el pueblo y en España Sabina de la Cruz, su esposa perdurable y mujer a tiempo. Blas representó en la poesía española de posguerra la voz social, mística, combativa de más valor y conciencia que todos los viejos recordamos. Blas es un clásico de la protesta, un romántico de generación y un perfil personal que, con el tiempo, se nos va tornando imper- sonal.

Le hice una entrevista poco antes de morir, allá en su terraza sencilla y triunfadora en una tarde de verano del medio siglo. Le parece a uno muy justo y oportuno que Blas siga siendo una voz local con dimensión nacional y discípulos como Claudio Rodríguez. Cuando volvemos a leerle vuelve a golpearnos el sonido oscuro o la ironía trepidante de su voz.

Es destino del poeta que el tiempo venga a liberarle de impactos locales dejándole abierto y entregado a la universalidad de un Rimbaud. Ya puede el señor Gallardón añadir a su elogio justo de esta majada el dato también justo del continente lírico que, como he dicho más arriba, comprende desde un pariente del gran Foxá hasta la presencia evasiva de algunas poetisas que vienen del paisaje delicado a la realidad inmediata y pariente de una comunidad extensa y crecedera en la que apellidé mi mejor tiempo como ahora apellida uno su soledad, su libertad, su espacio.

Los pueblos crecen al costado esbelto de la espadaña lírica y no quisiera uno que la estatura de esta majada ignorase el crecimien- to sentimental de los más fructíferos de la comarca, entre los cuales varios jardineros y poetas que yo incorporé a la numerosidad viril de tanta perduración. Ahí están.

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