La estampería popular antigua representa a santa Agata, la virgen cristiana del siglo tercero después de Cristo, martirizada en Catania (Sicilia), como la patrona de las mujeres. Según el martirologio, le arrancaron los pechos con unas tenazas, de ahí que se la venere como protectora de las mujeres, de manera muy especial de las madres que crían, y también como abogada contra los incendios, además de patrona de las enfermeras.
El rey Martín el Humano hizo donación de una reliquia de la santa a la capilla del palacio real, así como de la piedra sobre la que sufrió el martirio y que, según la voz popular, todavía mostraba manchas de sangre. Tras la muerte del rey, se fundó una cofradía bajo la advocación de Santa Agata integrada por personas de la realeza y de la nobleza catalana, pero sólo podían pertenecer a ella cofrades casados, que dedicaban sus devociones al deseo de que sus respectivas esposas tuvieran una lactación fácil y sin dolor de pechos. Celebraban una fiesta muy solemne durante la cual se repartían unos panecillos en forma de pecho femenino.Las mujeres los comían untados en leche, en la creencia de que aumentarían el flujo lácteo mientras criaban. El emperador Carlos V concurría a la fiesta siempre que se encontraba el 5 de febrero en Barcelona. En 1835, la capilla fue cerrada al culto y destinada a diferentes usos profanos. La imagen de la santa fue trasladada a la parroquia de Sant Jaume, sin que se tenga noticia del paradero de la reliquia y de la piedra.
Con ocasión de esta festividad, en Cataluña todavía se conservan algunas costumbres de ginecocracia que podrían remitir, según algunos historiadores, a residuos de un tiempo perdido en el que dominaba el matriarcado. En Serós, comarca del Segrià, celebraban La festa de les dones que ya en la víspera se adueñaban del campanario y repicaban alborotadamente. El alcalde encargaba un pregón por el que se privaba a los hombres de toda intervención en la fiesta mientras que las mujeres encendían una gran hoguera frente a la iglesia, se engalanaban con sus mejores ropas y pagaban la misa, el pan bendito y el sermón, cometido reservado tradicionalmente a los hombres. Después, organizaban un gran baile en el que sólo podían tomar parte las mujeres a los sones de chirimías, con tonadas que tenían aire de jotas. En La Granja d Escarp, era el único día en que las mujeres iban al café, donde bebían, muchas veces en exceso, e invitaban a beber a los hombres. Unas se disfrazaban de manera estrafalaria, y otras con ropas masculinas, con calzón corto y medias blancas para poder lucir las piernas. Las mujeres se hacían dueñas de la calle, sacaban a bailar a los hombres y se hacían llevar por ellos a cuestas. En otros pueblos hacían pasacalles tocando timbales, y si algún hombre no acataba su autoridad, era perseguido y apaleado.
En Tortosa resultaba peligroso para los varones pasar por la orilla del Ebro porque podía tropezarse con las lavanderas, quienes lo acorralaban, le cortaban los cabellos y la barba y colgaban su faja y otras ropas por los árboles, además de otras maldades.Santa Agata había sido la patrona de las lavanderas de río, una tarea que, según se predicaba de viejo, era ejercida como oficio por las mujeres menos agraciadas y por las entradas en años o declaradamente ancianas. Si el paseante les resultaba simpático, le obligaban a pasar un rato con ellas, y si no, le quitaban la ropa hasta dejarlo en cueros. Reminiscencias de esas costumbres, si bien atenuadas y desdibujadas, subsistieron hasta casi mediado el siglo XX en la ciudad de Girona y pueblos próximos. Las lavanderas entonaban canciones divertidas, y por toda la ribera del Ter, del Llobregat y del Freser se bailaba al son de la canción de la Darideta, una doncella que lavaba a la orilla del río y se la llevó un galante enamorado. En algunos lugares, el nombre de Margarideta o Garideta es equivalente a lavandera en lenguaje festivo y familiar. La persistencia en aunar los conceptos de lavar en el río y la danza han llevado a pensar si el baile de las lavanderas no podría ser el vestigio de una ceremonia ritual dedicada a las divinidades del río, probablemente femeninas, como los seres míticos habitantes de los remansos y manantiales.
Era costumbre que en el día de hoy las mujeres se pusieran albahaca en el pecho y también en el peinado, de acuerdo con la creencia popular que la albahaca cura el mal de corazón, reduce las penas del alma y devuelve la alegría de vivir. En general, en los pueblos ilerdenses donde La festa de les dones tuvo cierta importancia, era un hecho corriente que las mujeres se desentendieran de sus labores habituales, que eran transferidas a los hombres, incluida la de ocuparse de la chiquillería, vestirla y peinarla, además de cocinar, fregar y barrer el portal y la calle a la hora más comprometida en la que más transeúntes podían verlos.
La gente de mar creía que por Santa Agata era peligroso atracar en una costa desconocida, por el peligro de toparse con la Isla de las mujeres. Cuenta la tradición que un año de guerra, las mujeres, para evitar tanto dolor, se colgaban del cuello de los hombres pidiéndoles cordura. Furiosos aquellos por la impertinencia, reunieron a todas las mujeres y las condujeron a una isla perdida en medio del mar, donde todavía están, y si un hombre llega a la isla perece víctima de sus mimos y caricias.