'Inanna'
Dirección y coreografía: Carolyn Carlson./ Bailarinas: Chinastu Kosakatani, Isida Micani, Christina Santucci, Sara Orselli, Alessandra Vigna, Sonia Rocha y Sara Simeoni./ Escenografía: Euan Burnet-Smith./ Vestuario: Emmanuelle Pia./ Compositor: Armand Amar./ Canciones de Bruce Springsteen y Tom Waits./ Mercat de les Flors, 1 de febrero de 2007.
Calificación: ****
BARCELONA.- Carolyn Carlson, rubricando el espectáculo con su presencia real y directa en escena, inmutable al paso de los años y dentro de ese privilegiado club de las diosas madre de la danza moderna, nos presenta su última creación, Inanna, inspirada a partir de unos poemas dedicados a esta diosa sumeria, que además fue diosa de la fecundidad y de la naturaleza, del amor y de la guerra, hija de la tierra y de la luna.
Así es que tenemos todo un rosario de referencias, al que se le añade otra más, la de la obra de la fotógrafa suicida americana Francesca Woodman, de quien se reproducen sus fotografías en la escena.
Tanta fertilidad, como era de esperar, hace que el hilo se diluya en algún momento, pero así y todo, el espectáculo se salda en positivo. Y lo hace con un aplauso prolongado, dedicado a su mejor logro, a su coreógrafa y a esas siete mujeres, siete excepcionales intérpretes que desplegaron magistralmente la danza dentro del más puro estilo Carlson: estallidos de energía, giros vertiginosos, dulces y súbitos recogimientos. Con brío, fuerza y personalidades tan diferenciadas defendieron su propio discurso con fiereza y entrega.
Inanna es un viaje poético y metafórico desde la pubertad hasta llegar a la edad adulta, el viaje «de niña a mujer», como dice la canción. La pieza que se inicia con el speech de una exuberante femme fatale enfundada en un largo traje de noche rojo, con su trasero al descubierto, nos da un repaso a la paleta de clichés y roles con los que tendrá que lidiar cualquier cría antes de alcanzar el estadio adulto. Qué delicia el vigor y energía rebosante de esa niña que aparece saltando como un muelle, y que nos recuerda esos saltos que todas hemos ejecutado de jovencitas jugando a las gomas.
Más adelante vemos al grupo de mujeres enfundadas en sus zapatos de tacón, patético tambaleo; más tarde esa escena donde sin tener todavía definida la identidad sexual, se colocan naranjas entre su vestuario tanto en el pecho, como en la espalda o en el pubis, la cuestión es aparentar lo que aún no se es. La maternidad (sobrecogedor ese llanto inconsolable) o esa capacidad netamente femenina de pasar del llanto a la risa, esa genuina capacidad emocional, son todas ellas escenas bien reconocibles.
Inanna, en realidad, no nos revela nada nuevo; pero, al menos a las mujeres, nos gustó tremendamente reconocernos encima del escenario.