La concesión del Premio Nobel de Literatura al escritor Orhan Pamuk (Estambul, 1952) lo situó definitivamente en el punto de mira de los ultranacionalistas turcos, los mismos que el 19 de enero acabaron con la vida del periodista de origen armenio Hrant Dink, editor del diario Agos. Yasin Hayal, detenido por su presunta implicación en este crimen, gritó a las cámaras mientras lo llevaban escoltado al Tribunal de Estambul: «Pamuk, sé inteligente. Ten mucho cuidado».
El autor de La vida nueva, profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York), donde supo de la concesión del Nobel, lleva muchos años en el frente más crítico de la elite intelectual turca, denunciando el genocidio armenio -que, según dijo, se había cobrado más de «un millón de víctimas durante la Primera Guerra Mundial»- y las salvajes luchas civiles en la frontera con el Kurdistán, donde los muertos rozan los 40.000 en las últimas dos décadas.
Tras la presión de las últimas semanas, donde fue amenazado por los inductores del asesinato de Dink, el autor de Estambul decidió abandonar «por una larga temporada» el país. Y de esta manera pone contra las cuerdas al Gobierno de Turquía. Discretamente, Pamuk sacó de un banco 400.000 dólares y en el aeropuerto Ataturk de Estambul embarcó en un avión el pasado jueves a las 11.45 horas, con destino a Nueva York. Tomó el exilio como alternativa a la presión de la ultraderecha, cuyas repetidas amenazas sólo le dejaban la alternativa de vivir adosado a una escolta. Una situación que se agravó para el escritor tras sus declaraciones a favor del ingreso de Turquía en la UE durante la Feria de Fráncfort de 2005, donde recibió el Premio de la Paz que conceden los libreros alemanes.
Entonces, el autor de Me llamo Rojo se refirió a los demonios, de Dostoievski, como la mejor novela política que se ha escrito. En ella aseguró percibir cierto sentimiento de «vergüenza» que tiene que ver también con la situación turca de los últimos 200 años en la medida en que la búsqueda de occidentalización implica también una confrontación crítica con las particularidades del propio país. «El problema entre Occidente y Oriente, entre la tradición y la modernidad, tiene que ver con cierto sentimiento de vergüenza que nunca se puede eliminar por completo», manifestó entonces.
Contra los viejos tabúes
La lucha contra los viejos tabúes de la sociedad turca ha sido uno de los empeños en los que el Premio Nobel se ha esforzado con más ímpetu, a pesar de las numerosas querellas -la más reciente por «desprestigio a la identidad turca»- y las siniestras advertencias que ha sufrido por parte de la ultraderecha.
Los últimos 15 días han sido para Pamuk definitivos. En el colofón de su salida también han pesado las imágenes que muestran a algunos miembros de la policía turca orgullosamente retratados con el asesino de Hrink, tras una bandera del país. En estas dos semanas últimas ha madurado la idea de abandonar Turquía ante el histérico clima de hostilidad que le rondaba. Eso supone un desarraigo forzado, salir de la ciudad que le vio nacer y en la que ha madurado buena parte de su obra desde su estudio con vistas al Bósforo. Y con una población dividida por esta precipitada marcha, según cuenta a EL MUNDO Pablo Martín Asuero, director del Instituto Cervantes de Estambul. «Las impresiones son encontradas. Hay quien asegura que es libre para marchar y nadie le impide salir. Y quien dice que son muchos más los escritores o intelectuales turcos que han alzado la voz contra las mismas atrocidades, y con más sufrimiento porque ellos sí que están o estaban aquí permanentemente».
En este sentido, Martín Asuero, anfitrión del escritor en sus visitas al Cervantes, señala «la sospecha de oportunismo que hay en esta marcha». «Lo cierto es que él pasa casi la mitad del año fuera de Turquía, por lo que es un hombre que ya vive de por sí en un cierto desarraigo», asegura. «La impresión que se tiene de Pamuk es que su Nobel vino con una clara combinación de política y de literatura. Por eso, cuando se conoció la concesión del premio, muchos consideraron que quien de verdad debería haberlo ganado es Yasar Kemal, una suerte de Delibes turco que ha descrito en su obra, desde el realismo, la vida y la circunstancias de los pueblos de la Anatolia».
Pero son mayoría los turcos que ven en la marcha de Pamuk un daño inmenso para la imagen del país. No ha querido someterse al yugo de vivir atenazado y blindado por más tiempo con escolta, como están allí otros 17 escritores. Sabe que su ausencia supone una presión pacífica y necesaria contra el imperativo criminal de la ultraderecha. Y lejos quizá pueda tomar las riendas de esa novela de amor que le ronda.