PILAR ORTEGA BARGUEÑO
PARIS. - Angela Becerra ha abierto de nuevo «la ventana de la literatura» para asomarse esta vez a París y soñar con un tiempo que a ella le hubiera gustado vivir, donde el arte, la creación, la fantasía, la sensualidad y la magia impregnaban el aire de la ciudad en los primeros años 60. El resultado es Lo que le falta al tiempo (Planeta), una novela protagonizada por un gran pintor en la decadencia de su genio -Cádiz- y una joven estudiosa de Bellas Artes -Mazarine- que goza de la energía que empieza a faltar al maestro. Sus mundos se encuentran en el Barrio Latino de París, escenario donde Angela Becerra ha querido presentar su novela, concretamente en el viejo hotel donde murió Oscar Wilde y donde escribieron entre otros Borges y Hemingway.
La historia narrada en Lo que le falta al tiempo nace, según dijo Angela Becerra, de «un regalo increíble» que le hizo una familia catalana. Una noche le confesaron que el cuerpo incorrupto de una adolescente, conservado en una urna de cristal, había pasado de generación en generación desde el siglo XI por distintos miembros de la misma familia. Sólo hace unos años decidieron dar reposo a esta muchacha en la abadía de Manresa. Este dato, el único increíblemente real de la novela, es el que da sentido a los avatares personales de sus protagonistas. «Es una historia que me robó el alma. Desde aquel día el trasiego del cuerpo de Santa Clara mártir se convirtió en un fantasma para mí».
También tenía claro Angela Becerra, ganadora en dos ocasiones del Latin Literary Award, que quería hacer una novela sobre la dualidad, sobre personajes que no son buenos ni malos, en un juego de habilidades que consiga desterrar el calificativo de «romántico» con que se suele clasificar el trabajo literario de esta escritora colombiana: «No me considero una escritora romántica. Admito que me interesa indagar en los sentimientos, sobre todo porque están adheridos a la vida. Los sentimientos son como islas oscuras, como cajas negras. No me gustan las clasificaciones, porque son excluyentes».
Lo que le falta al tiempo, en opinión de Angela Becerra, es el poder de manejarlo, que ella consigue con la literatura. Esta novela le ha permitido regresar al París de Montparnasse e imaginar el escenario por donde transitaron los grandes nombres de las vanguardias. «Aquel París significó la libertad, la locura, el mayo del 68, la revolución intelectual... El escenario de París se me convirtió en algo trascendente para mi novela. La historia no podía haber ocurrido en otra ciudad», asegura Angela Becerra, quien se conoce los rincones más escondidos del París de la bohemia.
«Uno de los escenarios más fantásticos que encontré fue el Pabellón Británico de la Exposición Universal, donde vivieron Kandinski y Chagall, el único pabellón que fue indultado», afirma la también autora de El penúltimo sueño, novela con la que obtuvo el premio Azorín 2005.
El protagonista del relato, Cádiz, es una mezcla, dice Becerra, de Bacon y Picasso: «De Bacon, tiene la visceralidad, el desorden, el caos, y de Picasso, el ego, la locura, el refinamiento y el utilitarismo de las relaciones con las mujeres. Se llama Cádiz por la ciudad andaluza; me encanta».
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