Entrar en las historias de la Guerra Civil española es como meter la mano en un cesto de cerezas; unas tiran de otras. Algo así le ha pasado a Rafael Torres, que, tras haber publicado siete títulos sobre el tema y pensar que lo había dado por cerrado, sigue encontrando flecos. El último título de esa heptalogía fue la novela Los náufragos del Stanbrook, con la que ganó el premio Ateneo de Sevilla.
En aquel barco que partió de Alicante, sobrecargado de republicanos españoles que huían de una muerte segura, iba el protagonista de su libro más reciente, Amado Granell, El hombre que liberó París (Temas de Hoy). «Su aventura», dice Torres, «debería enseñarse en las escuelas porque es algo de lo que los españoles nos podemos enorgullecer».
Enrolado en las fuerzas de la Francia libre que dirigía De Gaulle, Amado Granell fue el primero en tomar contacto con las autoridades francesas de un París que se aprestaba a su liberación. Entró como avanzadilla de unas columnas en las que destacaban los tanques erizados de banderas de la República Española y ostentando nombres como Guadalajara, Teruel, Belchite. Aquellos españoles no sólo no habían olvidado la Guerra Civil, sino que soñaban con que París fuera el prólogo a una entrada semejante en Madrid.
Para entonces, Granell, como recuerda Rafael Torres, «se había comido tres guerras: la de Africa, la del 36 y la Mundial». Eso, siendo un civil y un hombre moderado que no comulgaba con las utopías revolucionarias. «Fue un héroe a la fuerza», cuenta el escritor, «que, durante la guerra española, trató de mantener el orden y la legalidad, salvando, por ejemplo, imágenes religiosas».
El sueño de Itaca
Su odisea fue la de tantos compatriotas: exilio, encierro en campos de internamiento, incorporación a la lucha contra Hitler, una victoria efímera y el sueño de volver a Itaca. Él volvió, aunque tarde y con Franco en el poder, renunciando a una prometedora carrera militar en Francia.
El hombre que liberó París, además de contener la historia de Granell y unas imágenes que no pueden leerse sin emoción (la entrada de los tanques con nombres españoles, el repique de todas las campanas de París anunciando la liberación, la tensión por las órdenes dadas por Hitler de que se vuelen los edificios de la ciudad...), recupera a otros héroes españoles de aquella aventura, habitualmente olvidados en los libros de Historia.
Y como los caminos de la Historia se entrecruzan caprichosamente, en la presentación del libro acompañó a Rafael Torres el ministro consejero de la embajada francesa. ¿Motivo?: el diplomático francés se llama Paul Jean Ortiz, y su padre fue otro de los españoles que salieron de la ratonera alicantina en el Stanbrook.
Paul Jean Ortiz se refirió a la tan traída y llevada memoria histórica, pero lo aplicó al caso de su propio país, y a episodios oscuros como la redada de judíos en el velódromo de invierno o la guerra de Argelia.