CARLOS E. CARBAJOSA
MADRID.-
«Agradezco a los ultras, que sí me han apoyado». Fue la visión más positiva que a Fabio Capello se le ocurrió media hora después del sonrojo generalizado en el Santiago Bernabéu. El técnico italiano se refería a Ultrasur, un grupo sobre el que no hay discusión posible.
La afición del Real Madrid, la afición mayoritaria, terminó silbando, despotricando y enseñando sus pañuelos al palco. Fue la primera en la frente para el Ramón Calderón legal, sólo tres días después de que la Justicia le reconociera como presidente del club blanco. El mandatario dijo horas después de su ratificación que Capello tenía tres años de contrato y que contaba con toda la confianza del equipo directivo, empezando (tal vez terminando también) por él mismo. En este periódico, antes del comienzo de la temporada, Calderón afirmó en una entrevista: «Para mí, es Dios en el fútbol». Pues ayer por la noche, él y Pedja Mijatovic se reunieron de urgencia para tratar la posible destitución de Dios.
Para los creyentes más fervientes, una noticia que ayer partió de la planta noble del Bernabéu: Dios tiene sustituto; se llama Vicente y se apellida Del Bosque. El ex entrenador blanco, presente en el alma de la afición desde que no fue renovado (2003), es el hombre elegido para dar la vuelta a una situación que se considera ya «muy peligrosa».
La reunión entre los dos máximos responsables, que acabó pasadas las 23.00 horas, podría desembocar, si no en la destitución inmediata, sí en un ultimátum, que empezaría el próximo sábado en Anoeta, día en el que el Real Madrid se debe enfrentar a uno de los peores equipos de la Liga. Si hoy Capello continúa con vida, ya debe saber que o saca los tres puntos ante la Real Sociedad o se puede dar por despedido. En este último caso, Dios no saldría herido, desde luego, porque se llevaría cerca de 15 millones de euros por seguir viendo (si le da la gana) los partidos del Real Madrid por televisión.
Culpa.
«Mira, los jugadores me han dicho que los árbitros vienen aquí [al Bernabéu] y no pitan algunas cosas», fue la primera excusa de Capello para justificar la derrota (lo de los ultras llegó un poco más tarde). «Como entrenador siempre tengo la culpa de todo. No he pensado en presentar la dimisión, quiero cumplir mi contrato. Lo he dicho siempre porque estoy convencido de que algo ganaremos este año», comentó el italiano, visiblemente seguro de sí mismo. «Los pitos son justos, pasan siempre cuando las cosas no van bien», pareció suspirar. Capello era un toro herido, pero no buscaba las tablas, desde luego, porque de ésas ya tiene muchas. «Hemos tenido seis o siete oportunidades de meter goles y además no nos han pitado tres penaltis». Y a partir de ahí, pareció perder la estabilidad, hasta terminar elogiando las virtudes de un equipo tan malo como el Levante: «Es un equipo fuerte cuando se encierra, tienen buen juego aéreo».
Una parte del vestuario, hasta que Calderón diga lo contrario, sigue siendo Capello. La otra la forman los jugadores. Ayer abandonaron el estadio tocados, muy tocados.
Una última de Capello, que se comportó de forma casi indigna con quien no pudo ayudar porque él no quiso. Se le preguntó por Beckham, que vio el horror desde un palco: «Creo que él no ha ganado nada con este equipo en todo el tiempo que estuvo. No voy a cambiar de idea [la de maltratar al inglés] porque confío en el cambio de una trayectoria». Así le luce.
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