Dos años después, cumplió las órdenes de su progenitor y se fue a estudiar Ciencias Económicas a California, pero nunca perdió el contacto con el club de su devoción. «Hablaba cinco veces al día con el director deportivo y cuando regresaba a Riad asistía a las reuniones con los socios de honor [gente poderosa que sostiene las finanzas de los equipos]».

Regresó, con la intención de volverse a marchar a Estados Unidos a realizar un master, pero el fútbol acabó por tirar más que las inquietudes diplomáticas. «Desde los 10 años, siempre estuve cerca de todos los presidentes del club. Trataba de aprender de ellos y mantener las distancias con los jugadores, que siempre son más sentimentales». En 2001, le llamó el presidente de los socios de honor ofreciéndole el máximo cargo, cuando se aprestaba a trabajar en el consulado de Los Angeles. Desde los 19 años, le habían sugerido la posibilidad de tomar la presidencia, pero no fue hasta los 25, con cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores y la carrera concluida, cuando se consideró preparado. «Al fin y al cabo, el fútbol requería ciertas habilidades relacionadas con la diplomacia. Era una forma de adquirir experiencia». La prensa se le echó encima antes de que iniciase su gestión, poniendo en duda las posibilidades de un joven al frente de un equipo de esta categoría. Se encargó de que los salarios y las primas se pagasen en los plazos convenidos e insistió en la idea de grupo, de un equipo sin la tentación del vedetismo. Rejuveneció la plantilla y se trajo futbolistas de segundo orden en Brasil. Saneó las finanzas, llevando el presupuesto de un millón a seis millones de euros gracias a la multiplicación de los ingresos publicitarios. El club dispone desde hace cuatro meses de su propio canal de televisión, ha firmado un suculento contrato con la Compañía de Telecomunicación Saudí y exhibe una moderna página web consultada por una media de 30.000 visitas diarias.