JUAN DE DIOS ROMAN
Unidos los alemanes alrededor de su deporte, con la capacidad económica que poseen, el Mundial se ha cerrado con un rotundo éxito organizativo. Pabellones relucientes, miles de personas, pasión por el balonmano... ¿Perfecto? No. Hay un enorme punto negro: la innecesaria ayuda arbitral que han tenido los anfitriones. La lucha de muchos por querer cambiar las reglas en el camino de la protección del jugador y alejar este deporte de la dureza, próxima al juego violento, tendrá que esperar, y los responsables, agradecidos al esfuerzo organizativo, justificarán decisiones contrarias al reglamento como las que hemos vivido. Alemania fue mejor que Polonia en la final. No necesitaba ayudas puntuales ante un rival que cumplió con llegar a ese escenario, y que fue un digno rival, pero sin recursos suficientes para ganar. Jansen, en el extremo izquierdo, fue la estrella local una vez que la portería, primero con Fritz y posteriormente con Bitter, cerró con llave muchas opciones polacas.
Sin muchas novedades, los jóvenes talentos mostraron en el Mundial su calidad. Se afianzaron Jicha, Lijewski, Graus, Karabatic o Abalo, pero por encima de todos, sin discusión, la estrella rutilante del Mundial fue Ivano Balic, elegido mejor jugador del torneo. Knudsen, el excelente pivote danés, le ganó el puesto a Uríos de forma incomprensible.
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