El Barsa, que en los últimos tiempos perdió el swing, recibió con aplausos la incorporación a los entrenamientos de Samuel Eto'o: recupera por fin el palo que le faltaba para embocarla en el green. A Eto'o, con su gorra de chulapón, le hemos visto en la grada comiéndose las uñas con nostalgia del gatillo. Es un goleador total que trae hambre atrasada y que volverá a abrir las cajas de caudales para rescatar al Barsa justo en las vísperas de los partidos que definirán la temporada. Su sola presencia bastará para que Ronaldinho recupere a un socio que le descifre los pases y le espante la morriña, y para que Rijkaard, confiado de nuevo en esa pegada en la que culminan todos los croquis de pizarra, se resista a la italianización rentable. La misma que se ha convertido en ley en Chamartín, donde a los predadores como Eto'o se les despacha para que la bola no sea un proyectil, sino ese pedrusco con el que cada domingo vuelve a cargar Diarra como si compartiera condena con Sísifo.

El Atleti quiere fichar a Martín Acevedo, un infantil de Boca Juniors que ya concede entrevistas en portada. Abierta la veda de los pezqueñines, los representantes acabarán promocionando a sus jugadores no con vídeos, sino con ecografías. En el mercado de la carne humana, del futbolista como producto para la exportación, cada vez se respetan menos los ciclos de madurez que Pekerman exigía cuando el Madrí fichó a Higuaín con apenas 18 años. Acevedo tiene 12, y ya soporta la presión de que el bienestar de su familia depende de lo que haga con la pelota. Si una vez escribimos que el fútbol es el campo de centeno de Salinger, donde el juego posterga el final de fiesta de la madurez profesional, resulta que el guardián no está en la garita y nadie impide al mercado abducir niños que ni siquiera deberían saber que ya tienen un precio y un deber por cumplir. Que tan sólo deberían jugar sin conciencia de su importancia.

Ya teníamos olvidado a Luis Aragonés. Andaría el hombre metido en un refugio nuclear, esperando a que remitiera el granizo de críticas que soportó con la entereza propia de un hombre al que no le cabe el pelo de una gamba en el culo. Su reaparición, obligada por el amistoso contra Inglaterra, ha sido recibida con la indiferencia que merece, no ya ese partido, sino una Selección terminal cuyo destino no le importa a nadie. Luis vuelve a convocar incluso a algunos elementos de la guardia mundialista a los que represalió para salvarse él. El propio Raúl está a punto de regresar, cuando ya apenas alcanza para mover un vaso sobre una oui-ja. Por lo que pronto resultará que los propósitos de renovación no fueron sino una falacia y que el equipo, entrenador incluido, es el mismo que fracasó en Alemania y que se está deshinchando en la previa de la Euro. Ya digo: lo único que ha cambiado es que, asumida la mediocridad crónica de la Selección, ya nadie se molesta ni en enfadarse.