CARLOS TORO
La semana pasada, el día 30 de enero, se cumplieron 50 años del estreno de Alfredo Di Stéfano con la selección española. La efeméride pasó prácticamente inadvertida porque el excepcional futbolista careció de verdadera relevancia en el equipo nacional, que no extrajo un provecho equivalente a tan augusta presencia.
Conviene recordar en este desquiciado Real Madrid de hoy que Di Stéfano ha sido por encima de todo el hombre de blanco. Como hombre de rojo no alcanzó cotas sobresalientes, aunque contribuyó más que nadie a un balance positivo de 20 victorias, cinco empates y seis derrotas, marcando 23 de los 82 goles del equipo. Pero el momento histórico, las distintas circunstancias personales y ese diosecillo caprichoso llamado destino lo condujeron a una relación poco descollante con una selección en la que coincidieron talentos excepcionales y, a la postre, desperdiciados. Varios de ellos habían dejado atrás sus mejores y más ilusionados años.
Di Stéfano, para empezar, debutó con 30, una edad poco propicia para hacer historia en un equipo que se reunía de vez en cuando; un colectivo que posaba para los fotógrafos en una época en la que, por toda clase de razones endógenas y exógenas, se disputaban pocos encuentros internacionales.
Aquí está la foto de esa primera aparición. Los jugadores llevan una camiseta que no es tal, sino una camisa como otra cualquiera, aunque con el escudo franquista del águila, el yugo y las flechas en el lado izquierdo: una prenda con cuello camisero al uso y con botones corrientes a todo lo largo de la pechera y en los puños. La alineación impresiona: Ramallets, Orúe, Campanal, Valero, Maguregui, Garay, Miguel, Kubala, Di Stéfano, Suárez (que también debutaba, aunque con 22 años) y Gento. En el Bernabéu («fue como jugar en mi casa»), España ganó a Holanda por 5-1 y La Saeta marcó tres tantos, dos de ellos de cabeza.
Di Stéfano es el único de los cuatro grandes jugadores de la historia que nunca disputó un Mundial. En el de Chile, en 1962, estaba lesionado y no llegó a pisar el césped (el pasto, como él sigue diciendo). Nunca lo lamentó. «Me dolió más por mis viejos, que se quedaron desilusionados». No lo lamentó, ni falta que hace. En todo caso, que lo lamenten los Mundiales.
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