Lunes, 5 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6259.
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 ESPAÑA
CRISIS ANTITERRORISTA / El análisis / A FONDO
El centro como garantía de consenso
CASIMIRO GARCIA-ABADILLO

El discurso pronunciado por el presidente del Gobierno en el acto de celebración del número 100 de la revista La Aventura de la Historia, al margen de ciertas apreciaciones discutibles, supone un aval rotundo a la política de consenso de la Transición que tuvo como fruto la Constitución del 78.

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Rodríguez Zapatero reivindicó el espíritu de la Carta Magna y reconoció que la posición que hoy ocupa España en el mundo y la mejora del nivel de vida de sus ciudadanos tiene mucho que ver con esa forma de abordar los problemas, que consiste básicamente en que los dos grandes partidos comparten y pactan las políticas de Estado.

El problema es que ese discurso tiene poco que ver con la política que está aplicando su Gobierno y que consiste en orillar al PP con el fin de obtener rendimientos electorales a corto plazo.

La esencia de su mensaje conciliador se compadece mal con la teoría del «cordón sanitario» expresada por el actor Federico Luppi con motivo de la manifestación del 13 de enero y que, en buena medida, aplica el PSOE diariamente. ¿O acaso no es una muestra perfecta de cómo llevar a cabo el «cordón sanitario» la decisión, pactada por los socialistas con el resto de partidos, de boicotear en el Parlamento las iniciativas del PP sobre la política antiterrorista del Ejecutivo?

Asumir plenamente el significado de las palabras del presidente implicaría una rectificación en toda regla de su acción de gobierno. Rectificar es una prueba de sabiduría. ¿Lo hará el presidente?

La prueba infalible para saber si su discurso fue sólo un brindis al sol o el resultado de una reflexión sincera está en la recomposición del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo.

Si, al final, PSOE y PP llegan a un acuerdo sólido para acabar con ETA, entonces podrá decirse que se ha recuperado el camino perdido hacia un renovado consenso constitucional.

Pero esa rectificación, para el Gobierno, tiene unos riesgos evidentes. No hay que olvidar que el PSOE tiene como socios parlamentarios a IU y ERC, que dejarían de apoyarle en el mismo momento en el que se sellara ese gran pacto de Estado con el PP.

Pero, además, ahora el presidente está intentando incluir en su grupo de socios estables al PNV, lo que dificulta aún más cualquier acercamiento al principal partido de la oposición en una materia tan sensible como la lucha antiterrorista, que para el PP supone, por ejemplo, mantener la L;ey de Partidos y, para los nacionalistas, suprimirla.

En la medida en que las encuestas den menor margen de victoria al PSOE o, peor aún, si pronostican una ventaja del PP, ese giro hacia el centro será más difícil, ya que los estrategas de Ferraz sólo planifican sus campañas en función de los resultados inmediatos.

Paradójicamente, sólo la expectativa de una victoria clara del PSOE, que le permitiera gobernar con mayoría absoluta, le daría capacidad para prescindir de sus socios minoritarios y hacerle guiños al PP.

A esas dificultades hay que añadir los teóricos beneficios que le podría reportar el mantenimiento de su estrategia de «cordón sanitario» respecto al PP en las próximas elecciones generales. Los estrategas de Ferraz estiman que el PSOE puede obtener ciertos réditos electorales de una política de confrontación con la derecha trufada de concesiones propagandísticas al electorado más a su izquierda. En los comicios del 14-M se produjo un inesperado vuelco electoral porque la izquierda movilizó sus bases y el PSOE se presentó como la opción más útil para derrotar a la derecha, lo que provocó un fuerte desplazamiento del voto de Izquierda Unida -que sólo obtuvo cinco escaños- hacia los socialistas.

La política seguidista del Gobierno que lleva a cabo Gaspar Llamazares es la garantía de que una gran parte del voto de IU se abstendrá o se irá directamente al casillero socialista. IU sólo puede conseguir buenos resultados si se diferencia del PSOE, como ocurrió en tiempos de Julio Anguita, cuando llegó a alcanzar 2,4 millones de votos.

El canibalismo en la pugna por el electorado de izquierdas se ha ido agudizando con el paso del tiempo. Pero Llamazares, en lugar de fortalecer la coalición a nivel nacional, prefiere mirarse en los espejos de Saura (IC) y Madrazo (EB), dos opciones que provocan rechazo entre los trabajadores fuera de Cataluña y el País Vasco.

La necesidad del PSOE de atender las exigencias de sus socios nacionalistas y la posibilidad real de dar el golpe definitivo a Izquierda Unida, asumiendo la porción menos comprometida de su programa, dejan al PP la vía abierta para apropiarse del electorado de centro, que siempre ha sido la clave de la victoria electoral en España.

Mariano Rajoy, en el discurso que pronunció en Toledo hace una semana, apeló al centro como la doctrina que inspira toda su política.

Sin embargo, al líder del PP le puede ocurrir algo parecido con su mensaje a lo que le pasa al presidente con su discurso en el acto organizado por EL MUNDO. La mayoría de los ciudadanos sigue percibiendo al PP como un partido demasiado escorado a la derecha. Y, probablemente, esa percepción no sea culpa de sus propuestas, sino de ciertas actitudes que ayudan a dar credibilidad a las maniobras del PSOE para situar al PP en la «derecha extrema».

Los estrategas de Génova justifican esas actitudes en la movilización de sus bases. «Para ganar, tienes primero que movilizar a los tuyos», dicen. Eso es verdad sólo en parte, porque para ganar hace falta ilusionar a muchos más que a los tuyos.

No es fácil hacer oposición en las actuales circunstancias. Cuando a uno le llueven las bofetadas desde todos los frentes, mantener la serenidad es virtud casi de santos. Pero Rajoy es probablemente la única persona que puede hacerlo, si le dejan.

La derecha tiene que actuar sin complejos; por supuesto. Y no debe renunciar a sus principios; faltaría más. Pero todo ello debe hacerlo con inteligencia, con suficiente fineza como para ganarse a todos aquellos que no van a sus mítines y que pueden votar tanto al PP como al PSOE.

Llegamos a los albores de las elecciones municipales y autonómicas, y que van a ser interpretadas por todos como un examen previo a las generales de 2008, con las bases de los dos grandes partidos muy movilizadas. Sin embargo, una gran parte de los ciudadanos asiste atónita a las consecuencias de una estrategia de tensión que hace temer la reaparición de las dos Españas irreconciliables.

Tenemos demasiado cerca nuestra trágica Historia como para repetirla. En realidad, entre la mayoría de los votantes del PSOE y los del PP hay más cosas que les unen que las que los separan. Me niego a pensar que los casi 200.000 manifestantes que acudieron a la convocatoria del 13 de enero fueran sectarios izquierdistas dispuestos a sentarse con ETA a cualquier precio.

El PP tiene que hacer un meditado ajuste fino de su política si pretende convertirse en el partido mayoritario de la sociedad española. Puede hacerse. En estos momentos, es algo más que una opción. Es, probablemente, la única posibilidad real de recomponer el consenso democrático que ha hecho de España lo que es hoy.

casimiro.g.abadillo@el-mundo.es

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