En un extremo la calle de San Bernardo. En el otro, Montera y Fuencarral cortan el tramo de la Gran Vía objeto de polémica: 600 metros abismo entre Miguel Sebastián y el alcalde de Madrid que prometen dar guerra antes de la batalla final, el día de las elecciones municipales.
El primero en abrir fuego en el imprevisto escenario fue el candidato del PSOE. Declaró peatonalizable la calle y expuso su plan de viabilidad: trasladar las cabeceras de los autobuses de este tramo a Plaza de España o San Bernardo y garantizar el paso de vehículos para carga y descarga, emergencias, residentes y acceso a aparcamientos.
No tardó en responder Alberto Ruiz-Gallardón, su oponente. «Con todo el respeto», le dijo que eran «propuestas precipitadas y muy poco documentadas». El regidor aseguró que «por la calle pasan al día 52.000 vehículos, de los cuales el 50% son de transporte público [con carril propio]», lo que convierte a esta calle en un eje básico para el tráfico «sin vías alternativas». Además afirmó que la peatonalización de la misma «no permitiría recuperar para el viandante las calle de Arenal, Montera y las plazas de Santo Domingo y La Luna».
Sebastián y Gallardón son, desde este cruce de declaraciones, los abanderados del 'a favor' y 'en contra' de peatonalizar la Gran Vía. Un asunto que, a tenor de las declaraciones recogidas la pasada tarde del sábado (de 17.00 a 21.00 horas) por EL MUNDO, divide casi simétricamente al público.
En dicha encuesta fueron muchos los ciudadanos (más de la mitad) que declararon «ideal» la posibilidad de pasear algún día por uno de los sitios más emblemáticos de Madrid y hacerlo con menos contaminación y ruido. No obstante, aproximadamente la mitad del total de entrevistados (los que compartían dicha opinión y los que no) lo consideran inviable. Las razones, numerosas: pocas vías alternativas y calles muy estrechas en los alrededores, falta de aparcamientos para coches y el colapso que podría producirse en el transporte público. «Yo me pregunto si este propósito responde a una demanda social», decía un ciudadano. «¿Qué hago yo si vengo de compras y no tengo coche? ¿Cargo con las bolsas en metro?», preguntó María, otra viandante. Esta misma razón adujo Mari Carmen, la dueña de una peletería, para manifestarse en contra de la propuesta: «La gente se irá a los centros comerciales donde pueden llevar su coche».
No obstante, aunque las opiniones eran varias entre los comerciantes (hay más de 80 locales a pie de calle en todo el tramo), un mayor número de éstos se declaraba favorable a la propuesta porque «una calle peatonal siempre da más negocio». «El cierre de la calle que se hizo durante algunos domingos de 2006 no es representativo porque pasaban autobuses y la gente no caminaba por la calzada», dijo una tendera.
Los autobuseros, como los peatones, se mostraron divididos. Más de diez líneas ordinarias de autobús y seis nocturnas y una media de siete ómnibus cada cinco minutos de un total de 200 vehículos (registro realizado entre las 20 y las 20.30 horas) hicieron a algunos considerar «inviable la peatonalización», aunque casi el mismo número dijo lo contrario. Uno de ellos aseguró que «sólo deberían pasar taxis», un colectivo (este último) manifiestamente contrario a la peatonalización. «Es una locura taponar Gran Vía, eje básico del tráfico. Pon que estoy en contra 7.000 veces», dijo uno de ellos al redactor de esta noticia.
Más de 15 taxis cada cinco minutos (gran parte de ellos ocupados); cuatro líneas de metro (1,2,3 y 5) y tres paradas de suburbano; entre 60 y 120 personas por minuto (número ascendente a lo largo de la tarde) y todo tipo de comercios: cines, tiendas de ropa, de comida rápida, sucursales bancarias, etcétera. Muchos son los factores a valorar para ver si el proyecto es factible. Algunos ciudadanos también lanzaron sus ideas: «peatonalización con túnel entre Cibeles y Gran Vía y carril bici», «disminuir la calzada», «peatonalizarla el fin de semana» o «limitar la velocidad».