Lunes, 5 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6259.
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 MADRID
Ocio / Teatro
20 años de Yeses
El grupo formado por reclusas de la cárcel de Alcalá-Meco, que cumple dos décadas, permite entrar a M2 en uno de sus ensayos
COTE VILLAR

Casi dos metros de largo tiene la mesa de madera alrededor de la que se han sentado para leer el primer acto de la obra. Tras dos lecturas en alto, alguien advierte de que hay que economizar con los personajes. «En esta escena, ¿ha salido ya el vigilante o necesitamos a alguien más?», pregunta Bolivia, que rinde homenaje con su nombre al país latinoamericano. Del trópico son varias de las componentes del grupo Yeses, que es un reflejo de la sociedad carcelaria y, por ende, del «ahí fuera» del que hablaba Furillo en la Canción triste de Hill Street. Es un espejo demográfico, pero poco más. «Cuando una empieza a contarme que si su abogado, que si su sentencia, que si tal, le digo que no hemos venido aquí a hablar de tonterías porque odio el paternalismo y la falsa compasión», dice Elena Cánovas, la madre de esta compañía de teatro que ensaya en la cárcel de mujeres de Alcalá-Meco y luego representa las funciones en lugares como el Círculo de Bellas Artes, el Teatro de Madrid o el Alfil.

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El año pasado se cumplieron 20 años de su puesta en marcha en la «desarrapada» cárcel de Yeserías, hoy convertida en el Centro de Inserción Social Victoria Kent. «Eran los años de las drogas, la mayor parte de la población reclusa eran chicas colgadas sin ningún futuro». Cánovas, una joven asistente social entonces, aprobó su oposición a funcionaria de prisiones y empezó a atascarse con el sistema. Hasta que se le ocurrió una idea: montar una compañía de teatro con las presas.

El grupo Yeses, que cerró Yeserías y también Carabanchel, anida ahora entre Alcalá de Henares y Meco, en el coqueto Centro Penitenciario Madrid I. Todas las tardes las presas se reúnen en el salón de actos y ensayan la obra que estén poniendo en marcha ese año. A lo largo de todo este tiempo Yeses ha ido ganando prestigio dentro y fuera de la cárcel. Desde pelearse con las instituciones para conseguir sacar a las presas a contar con cameos de conocidos actores como Loles León, Jaime Blanch, Antonio Requena o Manuel Galiana. «Al principio, el vestuario y la escenografía lo hacíamos con sábanas y papel de estraza en los otros talleres de la cárcel. Ahora hemos subido de nivel». Su último logro, conseguir que las chicas cenen una hora más tarde para poder ensayar más tiempo.

La elección

El estrés que se vive aquí dentro, en el salón de actos, es el mismo que el de una compañía libre. Porque así es como ellas llaman al público y a los teatros que no están dentro de los centros: «libres». Todas aportan, todas discuten sobre tal o cual aspecto del personaje. La obra de esta edición es ¡Tararí!, de Valentín Andrés Alvarez. Cuenta la historia de unos locos que se hacen con el poder del manicomio. La obra la han elegido a medias -como siempre- las presas, Cánovas, y los productores de la cosa (Instituciones Penitenciarias).

La que quiere hacer teatro tiene que cumplimentar una instancia y pasar por distintos trámites burocráticos. En realidad, tiene que creérselo. «Muchas vienen con un concepto muy frívolo de la escena, pensando que se van a poner la boa enseguida, pero el teatro requiere mucho esfuerzo», explica Cánovas. Al final, como reconoce Pilar, una de las veteranas del grupo, «estás todo el día con el gusano metido, porque esto te ayuda a aplacarte, a convivir, a controlar el estrés, a respetar a las compañeras, a hablar, a escuchar...» Más beneficios que las isoflabonas. «Hasta los otros funcionarios, cuando saben que eres del grupo de teatro, te miran como si ya estuvieras reinsertada».

Liliana, italoargentina, está de acuerdo. «Una vez que paso esa puerta [la del salón de actos] se me olvida dónde estoy». Algo tiene que tener de terapéutico esto de la interpretación, cuando Liliana, que saldrá libre en marzo, quiere seguir después implicada en el grupo. Y eso que Cánovas opina que Yeses «no puede ser un lugar donde se cobijen», sino una preparación «para la autogestión».

Esta funcionaria sui generis, más cerca de la profesora que de la represora, recuerda chispeante los mejores momentos de estos 20 años de teatro. Como la primera vez que salieron fuera, en 1987. Le entran las carcajadas cuando se acuerda de que para hacer Bajarse al moro contaron con un actor profesional que «era demasiado guapo». «Le tuve que decir que no fuera simpático con las chicas porque si no íbamos a tener problemas». Y en 1996, cuando las incluyeron en los actos de la Semana de la Mujer, de los que ya no se han desenganchado. Ahora, a parte de que van a buscarlas en el furgón de la Guardia Civil, el resto funciona como cualquier otra compañía de teatro, y, como todas, «el día más triste es el día que se acaba la gira».

El grupo Yeses ha estado en el Teatro de Madrid, el Círculo de Bellas Artes, más de un mes en el Alfil, dejaron boquiabierto al público de Berlín y actualmente se recorre la Comunidad de Madrid con sus obras. No son cualquier cosa, no se compadezcan. Muchos otros actores nunca llegaron tan lejos. La rutina, en su mesa, continúa. «Venga, a qué hemos venido aquí, a trabajar o a hacer el tonto», espeta Cánovas. Parece que se queda sin decir, previo golpe en el suelo: «La fama cuesta, y ahora vais a empezar a pagar con sudor».

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