ANTONIO RUIZ DE ELVIRA
Guerras civiles en Oriente Próximo, problemas de armas en el Cáucaso y demás lindezas de ese estilo son la tónica de la sección internacional un día cualquiera de enero de este año. El ser humano es un animal racional que deja de lado la racionalidad con una muy alta frecuencia. Una de estas estupideces fue, y es, el mantenimiento de flotas de submarinos nucleares tras la locura de los submarinos de diesel de las guerras anteriores.
El ser humano, y en este caso, los rusos, llenaron de materiales radiactivos contenedores de acero que lanzaban a un mar de agua salada y altamente corrosiva sin el menor atisbo de beneficio para nadie. Uno de estos submarinos se hundió en 2003 cerca del Polo Norte, con todos los residuos nucleares en su interior. El submarino estaba roto, y el agua ha llegado a los contenedores de estos residuos.
Es cuestión de tiempo que los contenedores se abran en canal y la radiactividad de larga vida se disperse por el mar. La misma locura ocurrió en la II Guerra Mundial. Un submarino cargado con mercurio para detonadores de bombas, enviado por Alemania para su aliado el Japón, fue hundido en las aguas noruegas. El hierro está ya oxidado y es cuestión de tiempo que el mercurio, uno de los metales más venenosos, se disperse por el mar.
El problema de la estupidez humana es el siguiente: el ser humano cree en el dogma y la seguridad total, pero la realidad de la naturaleza es que esa seguridad no existe. Los materiales fabricados con el máximo cuidado, con las mejores técnicas, tienen siempre fallos estructurales.
No existe el acero inoxidable perfecto, ni los contenedores perfectos. Las moléculas de agua, y las moléculas que lleva disueltas el agua del mar, interaccionan constantemente con los átomos de hierro, de plomo o de cualquier otro material de las paredes de los contenedores. Un fallo de un único átomo (y en cualquier material hay un billón de billones de átomos) en la cristalización de la pared de un contenedor, un fallo de soldadura, permite a las moléculas disueltas empezar el proceso de corrosión que se va acelerando con el tiempo. Más o menos pronto las paredes de los contenedores se destruyen y los contenidos, mercurio, uranio, polonio y demás lindezas, salen a circular por el mar.
La única solución es encerrar esos submarinos hundidos en grandes contenedores, hoy herméticos, sacarlos a la superficie, y tratar el mercurio para hacerlo inocuo en alguna combinación química y almacenar los desechos radiactivos hasta que la Humanidad diseñe algún método para hacerlos inocuos. Esto, o vivir siempre con la amenaza de envenenamiento. Ésta es la realidad.
Antonio Ruiz de Elvira es catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá de Henares.
|