FRANCISCO UMBRAL
Cuando los primeros Luises de Francia recibían a sus primeras visitas matinales sentados en una bacinilla se diría que estaban haciendo tiranía, pero estaban haciendo imagen. En aquellas bacinillas fermentaron las grandes imágenes de la monarquía, la democracia, la guerra y la entidad del hombre nuevo.
La política se ha estudiado siempre por el tema de la guerra y la guerra debiera estudiarse por el tema de la imagen. Inglaterra cultiva la imagen del mar en el espejo de las olas. España ofrece la imagen europea de Carlos V, la leyenda negra que se resume en esta amonestación infantil: «Duérmete, niño, que viene el duque de Alba». Las naciones de la modernidad no las forja la guerra o el imperio sino la leyenda y la sangre.
Primero fue la proa de Europa y luego la evidencia del imperio o la lucha, la conquista y todo lo que nos informa como literatura. Porque la literatura no es la crónica del tiempo sino la moda de los poetas. Así, Baudelaire cena con la poesía de Francia y acude con el pelo teñido de verde. Baudelaire sabe que al poeta lo hace la presencia más que el dodecasílabo. Las modernas democracias son ya pura imagen. Políticos y poetas conocen el secreto: no basta con vender uno sus libros sino que debe venderse en cuerpo y alma como en el Romanticismo. Quevedo es la gran factoría literaria que confecciona una imagen de España. España es democracia e imagen. El señor Zapatero sabe esto y se lanza a potenciar y representar una democracia española que son miles según las exigencias de las penínsulas, los nacionalismos y las comarcas. Zapatero compravende a diario la peluca verde de Baudelaire. Pedro J. Ramírez se ha sentado junto a él para llevarse toda la información de que dispone una democracia, aunque sea falsa.
Entre las variadas democracias que afloraron después de la muerte de Franco, Felipe González ofreció la mejor de todas, pero no hubo suerte con las camisas descamisadas de Alfonso Guerra. Zapatero resuelve Europa y frecuenta a sus poetas leoneses, pero es un joven josefino que sólo gana en partidos amistosos y confía secretamente en que habrá triunfado cuando todas sus utopías y mentiras se vuelvan realidad.
La imagen, efectivamente, se cultivaba ya en Roma y de cierto romano ilustre se cuenta esto: «Prefiero que me pregunten por qué falta su estatua en Roma a que me pregunten por qué tengo yo estatua en Roma». Hitler dio un nuevo mapa de Europa, pero Mussolini tenía más imagen. En nuestra II República Azaña era un político grande con poca imagen. Zapatero quiere hacer azañismo a costa de sus poéticos ojos desvaídos, pero Antonio Gamoneda no es Arthur Rimbaud.
Evita Perón gobernó Argentina mediante una imagen de cabaretera, y no lo hizo mal. Nuestro hombre en la Moncloa quiere seguir mandando, pero no se quita sus cejas diabólicas ni para alternar con Pedro J. Fidel Castro y el Che Guevara hubieron de separarse porque siempre sobraba uno para hacer democracia montesa. ZP alterna con terroristas, nacionalistas y mentirosos. Zapatero no tiene razón, pero tiene una imagen.
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