Martes, 6 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6260.
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No son los deberes lo que quitan a un hombre la independencia: son los compromisos (Louis de Bonald)
 MADRID
AQUI / NO HAY PLAYA
Anda y que te ondulen
Javier Lorenzo

Sarah Wildman es mema, pero lo peor es que Sarah Wildman es una ignorante. ¿Y quién es Sarah Wildman, preguntarán algunos? Pues esta rapaza es la que ha escrito en la sección de viajes del New York Times lo siguiente: «Pobre Madrid. Anclada en la mitad de España, la ciudad ha sido vista mucho tiempo como la hermana provinciana y aletargada de Barcelona. Incluso hoy, puedes ver niñas vestidas igual que lo hacían sus madres, con vestidos al estilo de los años 40 y abrigos a juego. Pero ése es el encanto de Madrid». Lo dicho: mema de remate y además con muy mala baba.

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Esta chisgarabís, que reduce nuestra ciudad a un paseo por los bares de tapas (bien escogidos, hay que admitirlo) y que considera la Movida única y exclusivamente como «la explosión orgiástica de sexo y drogas que siguió a la muerte de Franco» -esto sí que es sincretismo- no se entera de la misa la mitad. Porque, como es bien sabido, a los madrileños les encanta vituperar a su ciudad y cualquiera de ellos le hubiera dado sobrados argumentos con los que luego despellejarlos. No obstante, ya con la primera frase demuestra que por mucho tiempo que lleve aquí no ha conseguido captar el verdadero espíritu, el íntimo y legítimo orgullo de quienes aquí habitan. ¿Pobre Madrid? ¿Pobre de qué, en qué o para quién? ¿Para la enteradísima Sarah Wildman?

Dejando al margen las discusiones estilísticas -aunque mucho me temo que Sarah Wildman, obtusa y paletamente, tampoco ha percibido el acento transgresor que supone vestirse con la ropa que ni tu madre ni tu abuela se ponen ya-, el meollo del artículo es esa comparación desternillante con Barcelona, ciudad por otra parte hermosísima que ha tenido el acierto de venderse muy bien en el extranjero. Y digo desternillante porque Madrid podrá ser la cuñada, la divorciada o, si se quiere, hasta la suegra de Barcelona, pero la hermana provinciana, jamás. Eso no es de recibo para una ciudad que es consciente de haber sido la capital del mundo durante siglo y medio.

Sarah Wildman (¿por qué los foráneos que escriben sobre Madrid siempre mencionan a Franco como si hubiera nacido aquí?) hace referencias muy superficiales sobre la abrumadora oferta cultural madrileña y seguramente desconoce -pongo unos mínimos casos no muy lejanos en la historia- lo que es la Residencia de Estudiantes, la generación del 50 o el grupo El Paso; como tampoco comprende que en este árido suelo, a los pies del Macizo Central, es donde, por muy duras que hayan sido las condiciones de vida, ha cristalizado la mayor parte del talento en este país y se han fraguado, si no forjado, casi todas sus vanguardias. En fin. Yo le invitaría a unas cañas para explicárselo todo con sumo gusto, pero hasta que no me llame: Sarah Wildman, anda y que te ondulen.

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