Martes, 6 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6260.
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Un trago de whisky por el buen teatro
ANA CONDA

QUÉ: Entrega de los Premios Chivas Telón

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CUANDO: Anoche, durante una cena en el restaurante Teatriz

POR QUÉ: Muchos de los actores y actrices de la escena actual se dieron cita

Adoro las entregas de premios. Adoro el teatro. Mi vida es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro. Amo al alcalde en silencio -también adoro a Mar- porque es adorable. Y si por mí fuera, me lavaría los piececitos diariamente con whisky de lo que me gusta, como Carmen Ordóñez, que en gloria esté, que se quitaba el polvo del Rocío con unas cocacolas. Pues bien. Todos estos ingredientes, todos y cuando digo todos es todos, los reunían anoche los Premios de Teatro Chivas Telón 2007. Drama, alcohol, a mi Alberto y premios y lentejuelas y dorado, mucho dorado, que me flipa como si fuera gitana.

Resulta que mi íntima Isabel, que es un amor, sabe que a mí no hay nada que me entusiasme más que acrecentar el intelecto y me coló en los Chivas Telón, que son como los Globos de Oro para los Max de Teatro suponiéndonos que estos galardones fueran como los Oscar de la escena en España. Sí, soy hipermegacosmopolita y supergeneradora de analogías. Y bueno, estuve como Ivana Baquero en los Goya: como una niña repelente con zapatos nuevos. A sazón, botín rojo acharolado con aire de patinadora. Disfruté lo que nadie sabe. Volví a tener a mi alcalde a dos milímetros escasos, supe enseguida que Tim Robbins no vendría y que podía relajarme porque no me encontraría entre dos fuegos. Soy íntima de Susana Sarandon, a ver.

Y, menos mal que no me dejé llevar por la emoción, porque le habría pegado un beso de fan votante que le habría dejado seco. Así que me besuqueé con Julito Bravo que, es otro amor, y que sabía lo de mi libro... si es que las noticias de mi éxito vuelan. Aunque para éxito el de Blanca Portillo que me parece divina, y estoy por malmeterla contra Carmen Maura porque ella se merecía el Goya. Anoche tampoco le dieron ninguno. Fue para Rosa María Sardá que tenía más frío que Dios talento. Iba enfundadita en lana como una homeless. En cambio, Aída Gómez, la bailarina, debía llevar una fajita entre tanta gasa porque, si no, no me lo explico. Al menos, iba de marrón que da como calor de hogar.

De hecho, el marrón fue el color de la noche: Luis Merlo iba de marrón; Remedios Cervantes, de amazona romántica; María Pujalte, con unas botitas que le quedaban grandes... Y el rubio, el del cabello. María Esteve vuelve a ser bionda, menos mal, y Antonia San Juan, más bionda aún, casi albina, y sin suje, aunque eso no tenga nada que ver con el tinte... Emilio Sagi, en cambio, ni rubio ni sencillo, prefirió la vestimenta de un vendedor de entradas de unos coches de choque. Según me dijeron es que tiene mucho sentido del espectáculo...

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