Ismael Beah ha puesto su rostro, su historial y sus cicatrices a la tragedia de los niños soldado. Ahora tiene 26 años y aparenta un aspecto saludable, pero fue reclutado con 10 en Sierra Leona y disparaba el kalashnikov «como si estuviera bebiendo un vaso de agua». El testimonio titubeante y sobrecogedor de Beah produjo ayer conmoción en la apertura de la cumbre internacional que Francia y Unicef han arbitrado para llamar la atención sobre la vergüenza de los reclutas infantiles.
Un acuerdo internacional firmado hace 10 años en Ciudad del Cabo aludía solemnemente a la erradicación del problema, pero las estadísticas facilitadas en París demuestran que los ejércitos regulares y las guerrillas alojan en la actualidad entre 250.000 y 300.000 niños combatientes.
Los reclutas militan en al menos 13 estados. Muchos son africanos, pero también aparecen en la lista negra países latinoaméricanos (Colombia, Haití), escenarios de turismo asiáticos (Nepal, Filipinas, Birmania) y territorios de tanta actualidad bélica como Afganistán e Irak.
Trato vejatorio
Las evidentes dimensiones del problema han precipitado la convocatoria de la conferencia parisina. Intervienen 60 países y decenas de ONG con las pretensiones de aprobar hoy mismo un documento conclusivo que aspira a abolir el reclutamiento infantil, promover la liberación de los niños soldado, impulsar programas de reinserción y recordar que los ejércitos en caravana también se abastecen de niñas. Unas veces como cocineras y limpiadoras. Otras como prostitutas sin elección y guerrilleras.
«Hemos observado que en algunos conflictos actuales las mujeres representan el 40% del ejército o de la guerrilla. Sufren un trato vejatorio e inhumano. Forman parte de la marginalidad y de la discriminación», señalaba ayer Radica Coomaraswamy en nombre de la ONU. Así se explica que la cumbre organizada en la capital francesa pretenda sentar las bases de un marco jurídico internacional donde conste que el reclutamiento de soldados infantiles equivalga a un crimen de guerra.
«Está claro que es un crimen de guerra», señalaba ayer el ministro de Exteriores francés, Douste-Blazy. «Y, sobre todo, es una bomba de relojería. La existencia de 250.000 niños soldados predispone una prolongación y una proyección de todos los conflictos armados».
El problema es que algunos países se resisten a consensuar el límite de edad que define a un niño soldado. Unicef pretende colocarlo en los 18 años. Contradiciendo el punto de vista de Uganda y poniendo en cuestión las reglas de los ejércitos de Estados Unidos y de Gran Bretaña.
Sorprenda o no, ambos países civilizados han empleado menores de edad hasta 2005, que se sepa, en la Guerra del Golfo. Ahora parecen más sensibilizados con el bochorno de semejante ejemplo, pero Washington cuestiona que un organismo internacional o un documento vinculante puedan determinar los criterios de selección de los ejércitos. Sería una prueba de injerencia, una manera de cuestionar la propia soberanía.
Al menos, el derecho planetario acaba se sentar el precedente del primer proceso internacional que se organiza a un oficial por haber reclutado menores de edad. Se trata de Thomas Lubanga, gran jefe de la guerra congoleña y reo acusado de haberse abastecido con menores de 15 años.
El juicio podría convertirse en una prueba disuasoria y ejemplarizante, aunque también se ha percibido en París una cierta ambigüedad o abstracción en las soluciones reales que puedan aplicarse.
Especialmente después de haber oído a Ismael Beah: «Ningún niño quiere ser parte de una guerra, pero una vez que está metido dentro de ella es la única realidad que conoce. (...) Durante más de dos años no supe que existiera otra cosa. Empuñar un arma era tan fácil como coger un vaso de agua. Ahora quiero saber que cuando hablo de mi experiencia se están poniendo en marcha medidas realmente prácticas».
Las más inmediatas conciernen, seguramente, al papel de los psicólogos. La guerra es un trauma que los niños soldado protagonizan en estado de euforia y de enajenación, pero las estadísticas son bastante optimistas cuando se habla de rehabilitación y de reinserción social.
Heroísmo y tragedia en un periodo de iniciación
Una de las paradojas que atañe a los niños de la guerra consiste en la impresión de sentirse cómodos con su papel de héroes. No tienen la madurez para valorar la crudeza de la experiencia, pero interpretan que el ejército o la guerrilla representan un lugar de acogida donde comparten las sensaciones de orgullo, el sentimiento de equipo y la liberación de la cotidianidad. Son aspectos en los que coinciden los psicólogos reunidos en París y que transforman el uniforme en una escapatoria. No sólo porque los oficiales mayores de edad saben ejercer la labor de proselitismo. También porque los chavales encuentran la oportunidad de convertirse en adultos. «Es una iniciación. Una iniciación violenta al mundo de la guerra. Quieren aprender rápido, aunque sea para cometer las mayores atrocidades. No pueden valorar con ecuanimidad qué significa matar, empuñar un arma. Esa es la fuerza que les convierte en útiles a los ejércitos», explica Marie-Rose Moro en nombre de los psicólogos de campo de Médicos Sin Fronteras.